Es cierto que tiene un matiz venenoso, de sangre enferma, pero, ¿acaso no nos ayuda a penetrar en la opacidad del mundo, de las personas que lo habitan? Como el dolor o el alcohol, la soledad es un poderoso modificador de la realidad: la soledad tiene las tetas de hierro.
Se dice que la ciencia ficción es para los que no pueden encarar la realidad: la soledad, en cambio, es una ciencia ficción que se hace realidad si nos detenemos en ella, si la miramos mirándola.
Es misteriosa como el color de la carne; con su olor a azucena, como el alma. No, no, mejor: con su sima, con su dibujo bellísimo, pero de ningún modo, en ningún caso, nunca debe sospechar que la sentimos en tales términos.
Una conclusión casi definitiva acerca de la soledad es sencilla: hay que tratar con ella ignorándola, como si no existiera. Los problemas comienzan cuando somos tentados a confraternizar con ella: entonces se cumple aquello que dice: si miras mucho tiempo dentro de un abismo, el abismo empieza también a mirar dentro de ti.
Cuando se pone por encima de nosotros en vez de estarnos completamente supeditada, es decir, cuando nos tiraniza, es cuando queremos convertirla en compañía: cuando le hacemos caso y le concedemos una entidad, cuando permitimos que se convierta en algo que tiene cosas que decir y se las preguntamos y esperamos su respuesta. Cómo se crece entonces, cómo se crece.
Si el tiempo existe para que no pase todo a la vez, y el espacio para que no esté todo aglutinado, la soledad existe para que podamos ser individuos: es un límite casi virtual que nos mantiene separados en la medida justa, solamente para no ser invadidos y para no desparramarnos.
Pero si en vez de ser una frontera casi virtual, más sospechada que manifiesta, a la que nunca atendemos como si tuviera alguna entidad, a la que solamente vemos, sin mirarla nunca, si le hacemos algún caso, enseguida quiere apoderarse de la situación, y nos hace preguntas como: ¿a qué hora vendrán, pues, con mi retrato?
Si se la deja, enseguida nos convierte en sus meninas; la soledad es plana pero el relieve acecha.
Con otras palabras: nuestra soledad está extraviada, y si alguna vez llegásemos a encontrarla, sólo es necesario cerrar los ojos un momento y volverla a perder.
Oh, claro que podemos ampliar sus dimensiones de estricto límite y utilizarla como sala de estar en la que encontrarnos —a solas— con nosotros mismos, pero tampoco entonces debemos concederle ninguna entidad, ni tratarla como si fuera algo.
Los amantes se quieren, y se dicen: no te alcanzo, amor, no paso de tu cuerpo, de tu risa: oh, ¿a qué se debe esa distancia, esa separación, ese límite? Pero ¿acaso si no existiera esa distancia, esa separación, ese límite, seguirían amándose?
Por Narciso de Alfonso
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