Paul es un joven alemán de 19 años que se alista en el ejército, junto a otros seis de sus compañeros de clase, en parte por las continuas presiones del profesor y en parte por evitar las posibles críticas de cobardía ante la entrada de su país en el conflicto bélico más importante librado hasta ese momento.

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Escrito en primera persona, el texto comienza algo inocente, con los protagonistas en la retaguardia, recibiendo doble ración de comida y tabaco, con la instrucción de la tropa y la única queja referida al cabo de turno, que se las hace pasar canutas por el simple hecho de llevar un galón más que ellos. A partir de ahí la obra se ensombrece rápidamente. Se enteran que las raciones son abundantes porque el enemigo se cargó a la mitad de los compañeros atacando a última hora, quedando sólo 80 de los 150 hombres que formaban la compañía. La inquina del sargento deviene en cobardía a la hora de la verdad. Y el primer compadre caído yace en el hospital con una pierna amputada y, ante la seguridad de su muerte, sólo se les ocurre aprovechar sus botas para la próxima batalla.

Poco a poco la candidez y virginidad vital de los muchachos se va tornando oscura. El nuevo reemplazo les trae a 25 chavales, un año más jóvenes que ellos, pero parece que ya sean viejos veteranos de guerra. La crueldad de la conflagración se va apoderando de sus cuerpos, respirando a través de sus poros, introduciéndose a través de la piel, al igual que la mugre y la suciedad que impregna los campos y las trincheras. Al ir al frente para tareas de reconstrucción sufren un ataque y uno de los jóvenes novatos se estrena manchando sus pantalones nuevos. Los caballos, tan importantes para la vida diaria, son sacrificados ante la destrucción desatada para que no sufran y mueran agonizantes ante las heridas sufridas.

La deshumanización de los soldados es acelerada por los hechos que el autor nos relata, remarcando el azar total que significa sobrevivir, pasando las balas de las ametralladores un metro más a la derecha o más a la izquierda. Las ratas de la guerra, enormes, se apoderan de los muertos, engullendo cualquier alimento que se les ponga por delante, por muy amigo tuyo que fuera. Esos pasajes son especialmente duros, violentos, sangrientos y escalofriantes, perdiendo Paul a algunos de sus compañeros, transformando por completo la pureza con la que llegaron a la contienda.

Cuando viaja a casa por un permiso, duda mucho de volver a encontrar con vida a los que todavía siguen allí. En casa se encuentra totalmente fuera de sitio, no sabe qué hacer, ya no es el mismo que vivía allí. Su madre está enferma, pero Paul está muy lejos. Al retornar junto a sus compañeros vuelve a encontrar su sitio.

Otro de los instantes más duros y filosóficos de la obra es cuando, al matar a un francés en un cráter abierto por un obús, se viene abajo y se plantea todas esas cuestiones que hacen incomprensibles las guerras. Son momentos de incomprensión, de apatía moral, de pérdida total. El joven francés también es un pobre trabajador de pueblo que tiene que sacar a su familia adelante, al que, como a él, casi le han obligado a librar esa guerra que no entiende.

Dos amigos le ayudan a salir de allí, pero les hieren y los llevan a un hospital militar, donde su compañero pierde una pierna y las ganas de vivir. Él, una vez curado, vuelve al frente, y es la cruda realidad la que va acabando con todos sus compañeros de clase, los veteranos imberbes, hasta quedarse solo en el otoño de 1918, esperando el armisticio que acabe con aquella locura, reposando en un jardín unos días por haber inhalado un poco de gas. Poco después una pequeña nota señala que cayó en octubre de 1918, sin novedad en el frente.

Erich Maria Remarque, pseudónimo de Erich Paul Remak, relata en esta novela su participación en la Primera Guerra Mundial, sin evitar ni un gramo de sufrimiento y dolor a las palabras que utiliza para contar la sinrazón de la guerra. Su estilo crudo y directo le valió el odio visceral del partido nazi cuando ascendió al poder, por lo que tuvo que huir a Estados Unidos, adquiriendo la nacionalidad estadounidense en 1947. Poco después, ante la caída del nazismo, volvió a Europa con su esposa, la actriz Paulette Goddard, dejando para la posteridad una de las obras cumbres del pacifismo y el antibelicismo mundial.

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La adaptación cinematográfica la llevó a cabo Lewis Milestone en Hollywood, desde Universal, con un elenco bastante desconocido, y una adaptación muy lograda de la novela, obra de George Abbott, Del Andrews y Maxwel Anderson. Fue un gran éxito y consiguió 2 Óscars, el de mejor película y el de mejor director, poniendo el mensaje antibelicista de la novela en boca de todo el mundo.

La filmación comienza en el pueblo, de día, con luz, flores, jóvenes sonrientes, limpios, peinados y afeitados perfectamente, donde el maestro de escuela hace proselitismo militar, con discursos populistas y fervorosos para que sus alumnos se alisten. El cartero del pueblo, reparte sus últimas cartas y se despide amablemente de sus vecinos, está en la reserva y también le han llamado.

Al llegar al campo de instrucción siguen ilusionados, inocentes, y el cartero ahora es el cabo Himmelstoss, encargado de prepararlos, machacándolos sin parar y sacando la bilis y envidia que lleva dentro contra ellos. Llegan al frente y ya es de noche, lloviendo, está lleno de barro y suciedad, la comida escasea, hace frío y está oscuro. Todo ha cambiado y Milestone lo transmite perfectamente a la primera. Un trío de veteranos se hacen cargo de ellos, especialmente Kat, el encargado de buscar comida para el grupo. Louis Wolheim está fantástico en ese papel paternalista, con un carisma y una presencia amistosa impagable. Los envían a alambrar y sufren el primer bombardeo, y la primera baja, Ben, que ni siquiera quería alistarse. Sigue la noche, y la niebla, y la lluvia, y el barro, y el fango, y la suciedad, cada vez más. Los chicos ya salen con barba de pocos días, sucios, con frío y gestos agotados.

Los combates, las bajas, las paranoias sicóticas de la guerra, las ratas que lo invaden todo, la muerte. Uno de los grandes aciertos es la presentación de la guerra por parte de Lewis Milestone, muy realista, con grandes travellings sobre las trincheras repletas, los bombardeos constantes, los avances y retornos de las tropas, el martilleo constante de las ametralladoras, la aparición de los aviones en la batalla, las alambradas, la muerte. La compañía se queda en la mitad de los que iniciaron la acción y se pelean por doblar la ración de comida al ser menos bocas y el mismo alimento, mientras se plantean el porqué de las guerras.

Kemmerich es herido grave y van a verlo al hospital, donde las camas están pegadas unas a otras y los médicos y enfermeras van sin parar de lado a lado, sin descanso. Finalmente muere y regala sus botas a un compadre que se las pidió, pero éstas van pasando de unos pies a otros, de un muerto a otro. Ese encadenado de imágenes de muertes, sin necesidad de armas, de sangre, de primeros planos ni de acentuar el drama, demuestran que el director se merecía el premio recibido.

Las conversaciones en el barracón son otro de los puntos fuertes, cambiando desde el primer día, cuando son muchos y novatos, hasta ahora en que son muchos menos y los temas iniciales son intrascendentes y cambian totalmente. El guión sigue muy bien, sin ahorrarse la crueldad y desilusión que transmite la novela, la línea marcada por Remarque, con la cobardía de Himmelstoss o la culpabilidad e incomprensión total de Paul al matar a un francés en un hoyo para salvar su propia vida.

Las escenas en que van al río a bañarse y se encuentran con unas mujeres francesas que no les hacen caso hasta que les enseñan comida, son tan humanas, tan cercanas, tan básicas, que borran de un plumazo todos los pensamientos que les hicieron correr a alistarse. Al final, tantos ellos como ellas, soldados alemanes como mujeres francesas, buscan sobrevivir, comida, calidez, humanidad.

Paul también acaba pasando por el hospital al ser herido en un brazo y, al recuperarse, vuelve a casa de permiso. Quizás sea el momento más triste de toda la película, porque está en su casa, junto a los seres queridos, con su madre enferma y toda su vida pasada, pero es tan distinto al niño que vivió allí, tan ajeno, triste y vacío respecto a lo que fue, que no tiene más remedio que volver junto a sus compañeros.

En el frente solo quedan Tjaden y Kat junto a un montón de novatos de 16 años. Kat está buscando comida para todos y se va a por él, pero al volver lo hieren. Paul carga con él para llevarlo a curar. La amistad y la camaradería pueden con todo…, menos con la muerte. La guerra es la muerte, y la muerte no hace prisioneros, ni uno solo. Todo sigue igual, sin novedad en el frente.

 

 

by: Eduardo Garrido

by: Eduardo Garrido

Roquero, cinéfilo, lector empedernido que estudió Derecho para trabajar en una biblioteca y disponer de pelis, discos y libros a mano

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