En estos tiempos de memoria calcinada, posmodernismo y conceptos morales laxos, donde todo parece discutirse, es curiosa esa tendencia al maniqueísmo, a reducir la realidad entre buenos y malos. Lo podemos ver en unos cuantos ámbitos de la vida, encabezado por la política, donde somos dominados por unos sujetos sin escrúpulos que juegan con los ciudadanos, ofreciéndonos recetas milagrosas para nuestro bienestar (que en realidad es el suyo). De ahí los populismos, que tan bien funcionan en las sociedades avanzadas, convirtiendo complejos problemas en fáciles soluciones, en la oposición de conceptos que se enfrentan en un juego de suma cero, donde lo que ganan unos lo pierden, siempre, otros. Para ello, se nutren de una neolengua, eslóganes sobre reflexiones y un dominio de la población mediante la toma de la educación desde la infantil, pasando por la secundaria hasta llegar a las universidades.

El mundo audiovisual no es ajeno a esta penosa realidad y productos como “El bazar de la caridad” lo corroboran. Una serie francesa de Netflix, con una primera temporada de ocho episodios de unos cincuenta minutos cada uno, que narra un hecho real acontecido en el París de finales del XIX, donde en un “mercadillo para ricos” llamado “el bazar de la caridad”, murieron más de una centena de personas, su gran mayoría mujeres por un pavoroso incendio que arrasó el lugar en poco más de media hora. Un prometedor argumento que está bien llevado en su primer episodio, sin duda lo mejor del serial. El problema es que a partir del tercero, todo cae como un castillo de naipes, al encadenar situaciones y argumentos carentes de toda lógica y credibilidad, donde los buenos son muy buenos, encarnando todas las virtudes imaginables, y los malos, villanos sin un ápice de humanidad, llenos de avaricia, cobardía o instintos homicidas. Como si fuesen malvados de películas de James Bond pero intentando que pasen por reales. Eso lamina cualquier posibilidad de que alguien con un mínimo de madurez se tome en serio lo que está visionando, a pesar de una buena dirección artística, vestuario, peluquería y otros aspectos técnicos donde se nota el sello de calidad que suele ofrecer Netflix en sus producciones propias.

Tras el interesante arranque, todo se divide en contarnos las vivencias de tres mujeres, separadas por la tragedia, narrado en montaje paralelo pero que sabemos que sus historias se unirán al final, como sucede en unas cuantas películas desde el “Vidas cruzadas” de Robert Altman, aunque allí los personajes solo se conocían en el desenlace. Estas tres féminas encarnan valores positivos, de enorme nobleza y buen corazón, que sufren una lenta agonía por sus padres, parejas o situación económica, donde los ricos y poderosos (si son hombres) son la gente descrita más arriba. Personas que se acercan más al demonio que al humano, destacando el malísimo personaje que encarna un histriónico pero solvente Gilbert Melki. Los decentes, son esas mujeres empoderadas y la clase trabajadora, con especial énfasis en la prensa popular y los anarquistas. Todo ofrecido sin ningún matiz ni duda para el espectador, salvo por el extraño detalle de los cánones de belleza, con los protagonistas de ojos claros, cabellos rubios o pelirrojos frente a los morenos de ojos oscuros que detentan cargos y honores para mantener sus fortunas.

El responsable de este desaguisado es Alexandre Laurent, del que hablamos en su día por otra serie tan irreal como la que nos ocupa como era “La Mantis”. De nuevo, un “refrito” de otras obras superiores, pues notamos en “El bazar de la caridad”, algunos momentos sacados de “Los miserables” o de “Oliver Twist”, con una secuencia que parece inspirada de la muerte de Dennis Hopper en “Amor a quemarropa”. Una epopeya fallida por su ingenuo guion y sus pretensiones de narrar hechos del pasado con ojos del presente. Una pena.

 

 

El bazar de la caridad

by: Jose Luis Diez

by: Jose Luis Diez

Cinéfilo y cinéfago, lector voraz, amante del rock y la ópera y ensayista y documentalista con escaso éxito que intenta exorcizar sus demonios interiores en su blog personal el curioso observador

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