Los oscenses El Verbo Odiado calentaron las primeras horas de esta segunda jornada del Pirineos Sur en el escenario La caravana. Apostaron por un concierto semi acústico mostrando su faceta más íntima y minimalista, alejándose de su habitual sonido cargado de guitarras y distorsión. No sabría muy bien cómo catalogarlos, hay quien dice que su propuesta se asemeja a bandas como Slowdive o los Radiohead más etéreos, puede ser. Les bastó con un escueto formato trío para defender las canciones de su primer disco, A punto de fuga. De su setlist yo destacaría «Tres14dieciséis», «Tarantino» y «Tiempo muerto». Habrá que seguirles la pista.
Fino Oyonarte es un tipo valiente. Valiente porque hay que tenerlos muy bien puestos para parir un disco como Sueños y tormentas en el que Fino Oyonarte desnuda sin tapujos su alma. Más valiente hay que ser todavía para mostrar estas canciones tan personales ante el público. Fino Oyonarte se aparta con su primer disco en solitario de los sonidos a los que nos tenía acostumbrados con Los Enemigos o sus múltiples colaboraciones con otras bandas como su producción del primer LP de Los Planetas. Sobre el escenario flotante de Lanuza Fino Oyonarte se rodeó de un chelo, un violín y su guitarra. “Por dónde empezar”, “Afortunado”, «La deriva», «Huellas en el tiempo» o “Estos años” sonaron hermosas, sinceras e íntimas. Quizás demasiado, tanto que casi daba pudor escuchar a un Oyonarte sin miedo a mostrar sus miserias y sus anhelos, sus Sueños y tormentas. Sólo dejó de mostrarnos su interior cuando recurrió al inmortal clásico de Lou Reed “Satellite of love”. Fino Oyonarte no tiene una buena voz ni su afinación es gran cosa, nunca pasaría ni el primer casting de esos programas televisivos de talentos, ni falta que hace. Ya tenemos demasiados triunfitos sin alma pero de autores tan descarnados como Fino Oyonarte andamos escasos.
Echo and The Bunnymen son una de mis bandas favoritas de los años 80. Tras 40 años de carrera estos adalides del post-punk no han perdido ni un ápice de magnetismo ni oscuridad. Si algo destilan Echo and The Bunnymen es clase y buenas canciones. Will Sergeant ha ganado peso pero sigue tan inspirado a la guitarra como siempre, ¿soy yo el único que piensa que este tipo está infravalorado? Por su parte, Ian McCulloch parece sacado de una pelea en un billar (Liam Gallagher a su lado es un niñato mal criado), estuvo burlón y chapurreó algo de castellano pero mantiene su poderío vocal intacto. Acompañados por unos eficientes músicos, los dos miembros originales supieron dar brío a un concierto que fue de menos a más. Todo ello gracias a su incombustible repertorio a prueba de bombas.
Empezaron oscuros con «Going up» (el tema que abrió «Crocodriles» en el ya lejano 1980) y siguieron apelando a la nostalgia con buenos temas como «Redbugs Ballyhoo»,“Rescue” y “Over the wall”. La noche estaba fría en Lanuza pero poco a poco el ambiente se fue caldeando. “Nothing lasts forever” sonó épica y emocionante con guiños a Lou Reed (Walk on the wild side) y The Beatles. Recurrieron a algún tema reciente como “The sonamboulist” y echaron mano a temas de su comeback de los 90 como “Rust”. Mezclaron sorprendentemente “Villiers terrace” con el “Roadhouse blues” de The Doors. El gran colofón final para una memorable noche llegó con las inevitables y gloriosas “The cutter”, “The killing moon” (una pena que estuviera nublado y la luna se negara a aparecer) y “Lips like sugar”. Tres temas que bien valen su peso en oro y media vida esperando a verlos en directo. Dejaron para el segundo bis (en el que se hicieron de rogar demasiado) otra de sus joyas imperecederas: “Ocean rain”. Poco más se puede pedir a un concierto de Echo and The Bunnymen. Fue un derroche de nostalgia, sí, pero también de clase, mucha clase.
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