La serie «Outlander» se basaba en una serie de novelas escritas por la estadounidense Diana Gabaldón sobre una mujer que viajaba en el tiempo, desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la Escocia de los clanes en el siglo XVIII. A España llegó con el título de «Forastera» pero no sabemos por qué extrañas razones los distribuidores de la serie decidieron mantener el título original. Una saga que vendió miles de copias, sobre todo entre el sector femenino, y que por lo tanto en formato serie gozaba del beneplácito de su público objetivo y a quien va destinado la serie.
Con un presupuesto holgado y bellos paisajes de las «Tierras Altas», las dos primeras temporadas narraban la historia de amor entre Claire, esa «viajera en el tiempo» y Jamie, un imponente pelirrojo, señor y soldado del Clan de los Mc Kenzie. Un amor que se complicaba al comenzar la guerra entre Inglaterra y Escocia, que acabaría con el sistema de clanes y por las dificultades al enfrentarse a la familia de él y a un poderoso enemigo; un capitán inglés,de
un sadismo extremo y con una abyecta fijación por violar e inflingir dolor a ambos amantes. Para colmo, el villano es un antecesor del marido de Claire en la década de los cuarenta. Un «folletín» pero que funcionaba bien y donde se sufría con las desventuras de la pareja y de una sociedad que empezaba a desmoronarse. Por desgracia, la tercera parte empezaba a dar síntomas de flaqueo en una doble historia con dos partes diferenciadas, una en Estados Unidos en los cincuenta y sesenta con una amargada Claire, junto a su marido y la hija de Jamie y otra al volver al pasado donde por una serie de catástrofes acababan en Jamaica y en un naufragio final de regreso, terminaban en Carolina del Sur.
Y aquí comienza esta cuarta temporada, con Jamie, Claire, su ahijado y mujer y el sobrino al que fueron a liberar a Jamaica embarcados en el Nuevo Mundo. Allí encontrarán un hogar precioso en mitad de un paraje idílico, convivirán con los indios, lucharán contra la esclavitud, mientras que la hija de Claire (Brianna) viajará al pasado para salvar a sus padres de una futura tragedia. A ella se le suma, con posterioridad, un enamorado escocés, amigo de la familia. Se agradece que los dieciséis episodios de una hora de las primeras temporadas hayan sido reducidos a trece capítulos en estas últimas, pues hay bastante menos material con el que narrar. Y es que el principal problema de la cuarta es su irregularidad, pues alterna algunos brillantes momentos con otros de sonrojo en más de un diálogo, casi sacado de una «novelita rosa» y situaciones, como la venta del joven historiador a unos indios que recorren más de mil kilómetros para comprar a dos «blancos», de los que encima parece que no necesitan nada. Todo muy raro y que acaba con una surrealista historia entre un sacerdote y una curandera, que parece una mezcla de Pocahontas y Romeo y Julieta. Supuestamente Claire y Jamie son más viejos y más sabios, aunque físicamente no lo parezcan, y por lo tanto parece que van a volver a transformar el mundo y la aparición de George Washington nos promete una quinta temporada donde volverá la guerra, junto a un aliado de las guerras de los Clanes como era el leal Murtagh. Lástima que el nuevo malo, un ladrón que acaba de capitán de barco no tenga de momento suficiente entidad.
Los actores siguen siendo solventes, encabezados por los protagonistas Caitriona Balfe y Sam Heugham a los que hay que sumar la insoportable hija interpretada por Sophie Skelton, una caprichosa que todo lo hace sin pensar en las consecuencias, el enamorado «a prueba de bombas» Richard Rankin y unos secundarios que acaban siendo casi comparsas en el reparto. Confiemos que las próximas citas con «Outlander» mejoren el tono medio de esta, de momento la entrega más floja de la serie.
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