Mmmm… el color de sus medias la delata: son verdes de amor marino, con el frufrú suave de la lechuga y el verde sabor ácido de las uvas. Sylvia se ha puesto medias verdes para salir al campo: en el prado mira los caballos (cuellos curvos, crines al viento, colas ondeando ante el fondo verde de los sicomoros).
De pronto, una lluvia cálida y los caballos quedan envueltos en un verde mutante, exóticos como camellos o unicornios: bestias de oasis, dice sylvia, paciendo en los márgenes de una foto borrosa ¿qué le habrá sucedido a sylvia o a sus alrededores para semejante alucine? Emily, por su parte, nos cuenta con una asombrosa precisión, con una exactitud casi enfermiza, el acto –que no es instantáneo- de derrumbarse, de desmoronarse, de venirse abajo: primero se forma en el alma una telaraña: una película de polvo, una avería en el eje, una herrumbre elemental ¿Creías que exageraba cuando he dicho que su exactitud era casi enfermiza, eh? Derrumbarse no es una pausa fundamental, sino un trabajo de mil demonios, ceremonioso, consecutivo y lento: los procesos de deterioro son decadencias organizadas. Wow.
Estos son los poetas que andan por aquí, a los que puedes ver y escuchar desde los balconcillos: a veces lánguidos, pero otras veces pasan echando chispas como toros de fuego. César –siempre dando la nota- dice que todavía hoy mismo, al atardecer, digiere sacratísimas constancias: noches de madre, días de biznieta bicolor, voluptuosa, urgente, linda. Supongo –sólo lo supongo- que césar lo ha conseguido contigo: te ha dejado mirando al techo, perplejo, anonadado. Luego habla de un bacilo feliz y doctoral y de que atraviesa de incógnito el cementerio –tomando a la izquierda- : litros de infinito, ladrillos, perdones.
Desde los balconcillos de la izquierda y mejor desde los más altos, puedes ver al bueno de carl (sandburg): sí, es el que está bajo el poste telefónico. Se ha empeñado en que él es un cable de cobre, tendido en el aire (claro), tan fino que apenas hace sombra, y zumba y vibra sin parar –lleva y trae las noticias-, sometido al tiempo y sus inclemencias. Lleva más de tres días junto al poste y cada vez parece más entusiasmado. Puedes estar tranquilo: nadie, nunca, va a intentar sacarlo de su convicción: será un cable telefónico de cobre mientras tenga que serlo.
El asunto es muy sencillo para todos. No lejos de allí, juana se agacha para orinar, enrolla el vestido y moja, moja con el chorro dorado (y tibio y dulce) a las desamparadas hormigas o a los grillos o, si fuera invierno, mea una nube caldeada que es el vapor de la orina. Ay, juana, cómo mea, qué fragancia verde espumosa.
Por mabelBe nos enteramos de que los animales no usan los tenues: a ella le devolvieron la primavera, pero supo que era cambiada porque borraba los tenues. Los animales, de hecho, van hacia la gente que sabe lo que es el afecto: justamente lo que no es tenue. Para los animales, dice, la mentira es una especie de descanso malentendido. Puede que no supieras nada de lo que mabelBe dice de los animales –y del afecto, y de los tenues, y de la emoción- pero cuando se lo oyes contar con sus palabras, sabes que acierta, es la misma sensación –o muy parecida- que se tiene cuando dos piezas encajan: se ajusta una a la otra y no hay nada más que entender, nada más que añadir: encajan, ya está.
Recita Tomás Galindo de poesíarecitada.com
por Narciso de Alfonso
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