Tres años después del sensacional How big, how blue, how beautiful, Florence Welch regresa con un nuevo disco y la duda estaba servida: ¿La línea ascendente que ha seguido su carrera desde sus inicios se iba a ver afectada en este su ya cuarto trabajo? La respuesta es negativa. Este disco es distinto a los anteriores sin dejar de sonar a Florence & The machine. Suena menos barroco y recargado que los dos primeros, también es menos épico que su inmediato predecesor. High as hope es puro sentimiento y belleza. Tanto las letras como la música denotan una búsqueda interior de lo esencial. Atrás quedaron los años de excesos y fiestas infinitas. Esta Florence suena más tranquila y sosegada, menos obsesionada por la muerte y menos preocupada por el qué dirán. Será que con 32 años ya era hora de buscar la felicidad en lo terrenal y alejarse de los paraísos artificiales. En esa inevitable búsqueda interior que todo artista acaba afrontando, Florence ha encontrado una estabilidad que se refleja en su disco más sosegado y hermoso hasta la fecha. Estamos ante una Florence más sobria (en todos los sentidos) y reflexiva. Las letras versan sobre la soledad de la fama y ese vacío existencial que las drogas no pueden llenar. Eso sí, las melodías y su espectacular voz siguen siendo su punto fuerte, ambas han ganado enteros al desnudarlas de capas de sonido. Welch ha sido valiente y ha huido de lo comercial y los hits facilones, quizás lo que su repertorio necesite para lograr llenar recintos como el Palau Sant Jordi que hace un par de años se le quedó grande. Aunque, pensándolo bien, nadie necesita el éxito masivo con su voz y su talento.
El álbum se abre con June, una delicada pieza que nos avisa de lo que vendrá después. Hunger fue el primer sencillo, un tema en el que relata sus desordenes alimenticios y sus adicciones del pasado. South London forever se mete en tu cabeza desde la primera escucha con esa letra sobre borracheras adolescentes vistas con la perspectiva de los años. Big god es otra sorprendente maravilla que rivaliza con Grace en emotividad. También hay hueco para rendir un sentido homenaje a Patti Smith en Patricia, otra gema pop de esas que ponen los pelos de punta. Algo parecido con 100 years y su crescendo que bien podrían haber formado parte de su anterior trabajo. Pero Florence se guarda un par de ases en la manga para el final. Tanto End of love como No Choir vienen a demostrar por enésima vez que menos es más. Con la voz desnuda y poco más, Florence Welch emociona. Los excesos en lo personal y en lo musical parecen haberse quedado atrás con resultados de lo más satisfactorio.
Florence Welch ha encontrado la felicidad en lo cotidiano y lo plasma en el que es su disco de madurez. Bienvenida sea.
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