Nunca he visto las cataratas de Iguazú, pero es como si siempre las hubiera visto,
como si yo mismo fuera las cataratas de Iguazú, todas ellas a la vez, justo entre Argentina
y Brasil, en la mismísima frontera. Es como si yo fuera los más de doscientos saltos de
agua, fluida, ininterrumpidamente. Sí, soy reunido y disperso como las grandes aguas,
entre flores, vertiginoso y frío y profundo como una corriente azul que lava las raíces;
caudaloso y turbulento y mortífero como el innumerable ejército de Atajerjes; oscuro
y sangriento como una sacudida fija entre dientes, como un cordero atrapado por un tiburón
en el agua helada.
Nunca he visto las cataratas de Iguazú, pero para qué verlas si es como si las conociera
de toda la vida, como si yo fuera todas las cataratas de Iguazú al mismo tiempo; saltando azul
al vacío; rasgando el aire y el viento como una nube de acuáticas flechas frías; sacudiendo los
árboles; mojando las enormes plantas pálidas que crecen en las rocas; fluvial y fugitivo
como una tormenta de verano; insistente y poderoso como un toro contra el caballo en el castigo
de varas; perdido y feliz como el agua que se va y se olvida; reunido y feliz como el agua que llega
para habitar la memoria; persistente e impulsivo, golpeador y contundente, perseverante y esquivo
como un boxeador con las apuestas en contra.
Nunca veré las cataratas de Iguazú, para qué, yo soy las cataratas de Iguazú, desbordado y
penetrante como el aroma de los jazmines; preso y fugitivo como el agua que no cesa; vertical
y atrapado como una cabellera rubia; tremendo como una estampida de elefantes en celo;
mortal y sereno y con la sangre fría de un frío asesino a sueldo; fecundo y generoso y excitado
como una manada de sementales blancos; espumoso como un barril de cerveza de trigo;
temible y terrible como el incesante tiempo que cuenta nuestras vidas; seductor y sabroso
como una indígena malabaresa.
Nunca veré las cataratas de Iguazú, para qué, yo soy las cataratas de Iguazú, extenso y concentrado
como una manifestación de mineros en huelga; peligroso y traidor como un rico sin escrúpulos;
verde botella como una botella de sidra; azul cielo como un bote de jabón de baño; transparente
y turbio como un charco removido; preciso y helado como un escalador del Aconcagua; joven
y anciano como el despertar de una siesta; fresco y cálido como una mano hundida en la nieve.
Nunca veré las cataratas de Iguazú, para qué, yo soy las cataratas de Iguazú, torrencial y contenido
como el orgasmo de una ballena; salvaje y disciplinado como un apache domando potros; fluvial,
impúdico y doloroso como el llanto de una viuda en la soledad de la primera noche; vegetal en las
orillas como un camino en la huerta; incansable, inagotable, incesante, inundado, insistente, final.
por Narciso de Alfonso
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