Hasta ahora la filmografía del israelí Oren Moverman había transitado entre la mediocridad más absoluta con un par de primeros largometrajes con Woody Harrelson como actor fetiche y la anterior «Invisibles» con Richard Gere como estrella de la función. En esta nueva producción titulada «La cena» vuelve a contar con el protagonista de «Oficial y caballero» pero secundado con unos cuantos buenos actores para narrar una dura historia que tampoco va a elevar la media de su trayectoria.
Una cinta de actores, que sin duda es lo mejor de las dos horas de metraje, con los siempre eficaces Steve Coogan y Laura Linney y una Rebecca Hall que tras su consagración en «Vicky Cristina Barcelona» parece que su carrera no ha terminado de despegar. Ellos son los dos matrimonios que quedan a cenar en un exclusivo restaurante para que según vaya avanzando la trama deban lidiar con un tremendo suceso cometido por sus hijos. Una idea que según se descubre no carece de interés, ni en el propio acto en sí ni en las reacciones de las parejas, encabezados por un congresista a punto de revalidar su puesto y un antiguo profesor de historia, misántropo y antisocial al que se le intuye una patología mental que no tardará en confirmarse. Las mujeres parecen supeditadas a sus esposos pero en la parte final demostrarán ser las que deciden en lo referente al horrible acto de sus retoños. Una cuestión moral de importancia, pues se nos revela una de las preguntas más trascendentales en la condición humana; ¿hasta quye punto uno es capaz de perdonar un delito o acto impropio si el que lo ha cometido en un vástago?, ¿qué implicación moral conlleva ese no asumir la culpa?. Woody Allen lo narraba con maestría en el final de «Delitos y faltas» donde el personaje de Martin Landau acaba perdonándose el crimen que había mandado ejecutar en aras de su bienestar y que luego se autoplagió en «Match point». O como nos enseña el existencialismo al preguntar si encontramos un niño ahogándose este debería ser salvado aunque fuese la encarnación de Adolf Hitler. Interrogantes de mucho nivel y con diferentes respuestas en el plano moral. El problema de «La cena» es que su interesante propuesta queda diluida entre otras sub-tramas de menor complejidad que acaban por saturar al espectador.
Tampoco ayuda su puesta en escena, irregular a más no poder y que «amaga pero no golpea», ya que su estructura basada en el relato de la comida, dividiendo los actos como aperitivos, plato principal, tabla de quesos, postre y digestivos no termina de convencer al mezclar esas otras metas secundarias como el racismo, la riqueza, el éxito o la supervivencia en la vida con unos extraños «flashbacks» y una fotografía saturada que acaba resultando molesta. Eso sí, esa crítica a la sociedad une la batalla de Gettysburg con la alta gastronomía que no sale bien parada con su manierismo, sus complejos platos reducidos al absurdo tanto en la «mise en scene» del equipo de camareros, sumilleres y «maitre» como de la explicación de los ingredientes y de unos comensales que ven en la pompa y el boato una forma de representación de lo que les gustaría que fuesen sus vidas cuando no eres adinerado. Una metáfora culinaria trasladada a la vida real. Como dice el personaje de Steve Coogan «simios con móvil».
0 comentarios