Martin Scorsese es un maestro del cine. Uno de los pocos que todavía quedan. A él le debemos joyas como Toro Salvaje, Uno de los nuestros, Casino, Infiltrados o la reciente El lobo de Wall Street. Pero no es infalible. El mejor escribano echa algún borrón de vez en cuando. Todo ello no impide que su última película sea un patinazo en toda regla. Lo cortés no quita lo valiente. Me gusta el Scorsese dinámico de ingenio afilado y ritmo vertiginoso. Pero el Scorsese transcendental que se pone serio me parece un aburrimiento supino. Su Última tentación de Cristo fue más polémica que interesante mientras su Kundun fue ya un serio aviso de que a Scorsese, si no tiene una trepidante historia entre manos, le puede fallar el tempo narrativo. Las andanzas de gángsters le salen a las mil maravillas pero la religión es un tema que no controla.
Silencio es puro aburrimiento. Escenas interminables que se alargan hasta acabar con la paciencia del espectador. Cierto que la historia de estos jesuitas portugueses en el Japón feudal tampoco es que sea mala, pero Scorsese se obstina en mostrarnos sacrificios y martirios que pronto dejan de importarnos. La persecución de los cristianos por los japoneses en el siglo XVII daba mucho juego pero Scorsese se cree que con eternos planos vamos a entender el significado del sacrificio. No es así. Con Silencio únicamente entendí que una buena historia se puede ir al traste si el ritmo no es el adecuado. Silencio debe su nombre a la falta de respuestas que por parte de Dios reciben los cristianos. Un Dios todopoderoso que no obra milagros y deja morir a sus creyentes. Ahí reside la verdadera prueba de fe. La recompensa no es de este mundo y los sufrimientos terrenales serán recompensados con creces en la otra vida. Una pena que una premisa así de atractiva se convierta en un ladrillo de cuidado. Su metafísica no traspasa la pantalla y se estrella literalmente contra un inquebrantable muro de aburrimiento. Demasiada contemplación, demasiada voz en off, demasiado plano fijo. La redención es un tema espinoso que, sinceramente, aquí está bien tratado pero rodeado de demasiado metraje. Personalmente, sobre la fe y el sacrificio me me parece mucho más estimulante La misión de Roland Joffé. Aunque uno no sea creyente puede llegar a apreciar ciertos valores de la fe en cualquiera de sus múltiples encarnaciones. Incluso me parecieron grandes películas religiosas como La pasión de Cristo o la citada La misión. Sin embargo, en este caso la cosa no ha funcionado. Scorsese nos ofrece uno de sus films más flojos, sin duda.
¿Qué le ha pasado a Scorsese? ¿Se ha hecho ultra católico o ha perdido el sentido?
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