Una de las mejores canciones para tratar la diferencia entre ciencia y fe es «Magician» de Lou Reed del álbum «Magic and loss» de 1992, donde un enfermo terminal se aferra a que el médico consiga acabar con su enfermedad y su irremediable sino, como si fuera un chamán, un curandero o un sacerdote que pueda obrar lo imposible. «-I want some magic to keep me alive/ i want a miracle… i don´t want to die-» (quiero un poco de magia que me mantenga vivo/ quiero un milagro… no quiero morir). Y ese es el espíritu que flota en la nueva cinta de Xavier Gens, director galo, cuyo mayor éxito hasta la fecha era el primer, y muy mediocre, «Hitman». Y es una lástima, pues el argumento es excelente: un sacerdote es encarcelado en Rumania acusado de asesinar una monja a la que practicaba un exorcismo. Una periodista investigará si la religiosa padecía una enfermedad mental o el presbítero perdió la batalla ante el maligno ser que la poseyó. Una historia real de la que Cristian Mungiu sacó partido en su interesante, aunque algo larga, «Más allá de las colinas». Y así los 150 minutos de la película rumana son aligerados en noventa escasos y la dimensión teológica de la producción europea se convierte en un largometraje de terror, con múltiples defectos y algunas virtudes.
Sin duda se agradece la puesta en escena de Gens, que intenta dotar a su historia de algo más que sustos con golpes de efecto y un personaje protagonista que empieza a dudar si lo que está viviendo es real o no, si puede recuperar la fe perdida por la muerte de su madre y luchar contra un demonio que parece haber poseido a la monja, aunque las autoridades eclesiásticas, los médicos y la justicia no lo entiendan así. Todo ello hace que su relato gire en torno a la investigación del exorcismo que va implicando más y más a la joven periodista, como sucedía en la versión estadounidense de «The ring», donde uno de los mejores hallazgos que hizo Gore Verbinski sobre el original de Hideo Nakata era dar más énfasis a las pesquisas, como si de un «thriller» policíaco se tratase, aunque se conseguía crear un miedo en esa investigación, cosa que aquí es más discutible, ya que desde el inicio de la búsqueda de pistas sabemos que no hay duda razonable entre posesión y locura. Es demasiado obvio que el diablo está haciendo de las suyas, como sucede en la serie «El exorcista», que en su primer capítulo se presta a un breve engaño sobre la chica poseída (cosa que no ocurría en el clásico de William Friedkin, donde Regan aparecía en su maligna forma cuando llega el Padre Karras) para no dejar dudas tras la escena del desván. Las cosas que suceden desde el principio de «The crucifixion» no nos van a despertar ninguna sospecha de que lo que estamos viendo es una posesión diabólica. Tal vez, si en vez de ser Xavier Gens hubiese sido otro tipo de director, estaríamos ante una obra de mayor calado, lo mismo que sucedía con la admirable precuela «El exorcista: el comienzo» de Paul Schrader, retirada una vez hecha por los ejecutivos de la Warner que no querían discursos con el Diablo y un tono más filosófico, siendo rehecha por Renny Harlim, que se limitó a una mediocre sucesión de golpes de efecto baratos y sangre.
Así que «The crucifixion» avanza con altibajos, con mejores momentos que otros más obvios hasta llegar a su «descacharrante» parte final donde todo esta resuelto demasiado rápido, con prisa, laminando el aprobado que llevaba en sus dos primeros actos. Y es una pena pues el guion de Carey y Chad Hayes esta bien llevado por Gens, con una puesta en escena sobria, una buena ambientación en la Rumanía rural, llena de tradiciones y culto a los muertos, sin necesidad de hablar de vampiros ni el Conde Drácula, aunque se hable de los Strigoi, esas almas de los muertos que salen de sus tumbas para aterrorizar a los vivos y un reparto que cumple sin estridencias tanto la británica Sophie Cookson como el resto del reparto rumano y todos los técnicos. Lástima que no incidan más, como en «Magician» sobre ese deseo de convertir en realidad los milagros que albergamos cuando la muerte acecha. Lou Reed lo convertía en un médico, como la gente religiosa espera lo imposible de sus ministros. Todo por luchar contra el final inexorable, el tributo material a la vida del que hablaba Karl Marx. Y para ello buscamos alguien que pueda revertir la situación, a la que solos no podemos combatir. Y muchas veces igual de vacío y palabrería tiene la religión como la ciencia. «-I want some magic to keep me alive/ i want a miracle… i don´t want to die-«
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