Cuando supe que treinta y cinco años después iban a producir la secuela de “Blade Runner” me “eché las manos a la cabeza” pues parecía absurdo abordar una segunda parte de un “tótem cinematográfico” como la cinta de Ridley Scott, todo un clásico de la ciencia ficción que une el tono infeliz del libro de Philip K. Dick, en el cual se basa libremente, pues apenas tiene que ver la novela corta con el filme, junto a ideas filosóficas como la nietzschiana muerte de Dios o el horrible futuro que nos espera; solos, en un mundo sucio, plomizo y lluvioso dominado por la tecnología y donde es seguro que no seremos felices. Todo un canto a la desesperanza. Lo único que me daba algo de expectativa era el encargado de dirigir “Blade Runner 2049”, ya que Denis Villenauve es de los realizadores más interesantes de la actualidad y, en mi opinión, creador de los mejores largometrajes de los dos últimos años (tanto “Sicario” en el 2015 como “La llegada” en el pasado 2016). Y una vez visto el resultado, ha conseguido por momentos mantener el tono de la de 1982, aunque manteniendo las distancias, pues creo que sus dos horas y cuarenta y cinco minutos terminan por ser excesivas, pues aunque no aburren si ofrecen algunos momentos donde la historia no está a la altura. Ejemplos pueden ser la relación con Ana De Armas, que acaba convirtiéndose en algo similar a la de la estupenda “Her” de Spike Jonze, con la que comparte su planteamiento de que nos encaminamos a la mayor de las soledades. Una idea que en principio es más que interesante pero que al final se abusa de ella en algunos momentos. Aun así errores leves, como algún pequeño discurso de Deckard, lejos de su papel protagonista en la anterior y donde vuelve a acabar a merced de sus rivales (esta vez no hay un Rutger Hauer que desee vivir más sino una esbirro poderosa tipo “Terminator”), aunque ahora sea salvado por el héroe o el papel del villano Wallace que se queda corto, ya que parece que podría ofrecer más juego.
Cosas muy puntuales que de no existir “Blade Runner” ni notaríamos. Pues mantiene ese tono triste y apocalíptico del hombre del futuro, en un mundo donde es imposible comunicarse, donde las relaciones son básicamente comerciales, no hay entretenimientos (memorable como se describe las Vegas) que no sean el consumismo, amor real y no con programas ficticios o prostitutas. Un mundo decadente, lleno de niebla, suciedad y lluvia dominado por la tecnología y las grandes corporaciones, donde el ser humano apenas puede erigirse como ciudadano. De hecho, no es casual que el protagonista se llame K, como el agrimensor de “El castillo” o el detenido en “El proceso”, actuando al absurdo dictado de sus superiores como los personajes de Kafka. Para ello se basa en la excepcional fotografía de Roger Deakins, incluso superior a la de Jordan Cronenbeth de la original, manteniendo el tono triste de la ciudad de Los Ángeles, el desértico color de las afueras y aportando una espectral luminosidad a la Corporación Wallace, llena de luces y sombras que parecen sacadas de una pesadilla fantasmal. Un color cálido, ayudado por las sombras que crea el agua en reposo pero que asusta y donde sabemos que nada bueno se está gestando allí. Otro punto interesante es la banda sonora que parece un híbrido entre la original de Vangelis y el sintetizador de Johan Johansson, el músico de cabecera de Villenauve, que no firma la banda sonora, obra de Benjamin Wallfish y Hans Zimmer. Eso hace que la ambientación sea poderosa y eficaz, junto a la espectacular dirección de Villenauve, que ha conseguido dotar a cada secuencia de una magia especial, dominando la puesta en escena y manteniendo el tono triste, nostálgico solo con el uso del color y situando la cámara en el lugar adecuado, con unos efectos especiales supeditados a la trama y donde los coches voladores y las mujeres virtuales se mezclan con las armas y los comportamientos de siempre (“Humano, demasiado humano” escribía Nietzsche). Cosa que se nota en la interpretación, pues todos están hieráticos, con gesto grave y sin sonreir, desde Ryan Gosling con un papel a su medida, pasando por las mujeres (Ana De Armas, Sylvia Hoeks, Robin Wright y el holograma de Sean Young) o Harrison Ford. Tal vez el que más falle sea Jared Leto, pues su interpretación carece de magnetismo.
En fin, supongo que si no existiese el monumento al cine de Ridley Scott estaríamos hablando de una de las cintas del año. Lo curioso es que “Blade Runner” solo tuvo dos nominaciones al Oscar (dirección artística y efectos especiales). Apostamos porque la segunda parte la superará con creces. Aun con todo, es una notable película.
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