La primera vez que oí hablar de los talibanes fue en una exposición fotográfica sobre Afganistán allá por 1998. En una fotografía se veía un grupo de adolescentes con burka. El texto de la fotografía explicaba que a una de ellas le habían amputado una mano por cometer el crimen de pintarse las uñas. Es lo que ocurre cuando se interpreta al pie de la letra un antiguo texto religioso que se toma como ley.
Se dice que El cuento de la doncella (Handmaid’s tale) adapta la novela homónima de Margaret Atwood publicada en 1985 y en la que se plasma una sociedad distópica en la que las mujeres han perdido todos sus derechos. Sin embargo, no creo que se trate de una obra de ciencia ficción, lo más terrible de El cuento de la doncella es que es real, terriblemente real. Obviamente, lo narrado en el libro y la serie no ha ocurrido en Estados Unidos, todavía (con el presidente que tienen cualquier cosa es posible), pero sí es fácil adivinar que Atwood añadió elementos de dictaduras de todo el mundo a su distopía. Dictadura es la palabra clave. Unos pocos gobiernan sobre los demás, esos pocos imponen sus normas y sin discusión posible. El ciudadano de a pie se ve reducido a su mínima expresión, todo le irá razonablemente bien si cumple el papel que le ha sido encomendado. Hay dictaduras de todo tipo, de extrema izquierda a extrema derecha, pero todas ellas tienen algo en común: el control sobre las masas y la represión del disidente. La diversidad de opiniones no está permitida, son regímenes opresores que usan la fuerza para controlar al ciudadano. La cosa se pone todavía peor, mucho peor, cuando el ciudadano tiene la desgracia de ser mujer. En El cuento de la doncella la mujer se asemeja a un mero objeto. Los derechos civiles que tanto han constado conquistar se pierden en unas pocas semanas. Las mujeres no pueden poseer bienes ni ser titulares de cuentas bancarias (como en nuestro país hasta 1981, sin ir más lejos). La alienación es total, la personalidad se anula completamente. Incluso las mujeres pierden su nombre al pasar a ser criadas y adoptan el nombre del varón que debe inseminarlas precedido de un posesivo. Son meros vientres de alquiler sin derecho ninguno. El cuento de la doncella nos presenta una sociedad autárquica nacida como respuesta a la falta de nacimientos y la contaminación medio ambiental. A grandes males, grandes remedios. Un golpe de estado liquida la (muy discutible) democracia norteamericana y genera un régimen absolutista que aplica con mano de hierro las sagradas escrituras. Algo así como los fanáticos del tea party pero algo más violentos. Las mujeres fértiles son obligadas a servir en las casas de los gobernantes del régimen y engendrar los hijos que las mujeres de estos no pueden. La maternidad se convierte así en una maldición. Como toda dictadura que se precie, viste sus atroces prácticas de justificación divina, siempre hay un libro sagrado para justificar los más terribles crímenes. El sexo será visto únicamente para la reproducción, siendo cualquier otra variante vista como una aberración a castigar muy severamente. La puritana sociedad está controlada hasta el último detalle y nunca se sabe si tu interlocutor puede ser un espía. Obviamente, los dirigentes hacen gala de esa doble moral que parece implícita a toda dictadura.
Como vemos, todos estos elementos no son nuevos. Los ahorcamientos en lugares públicos recuerdan a los producidos por los fundamentalistas islamistas así como el secuestro de mujeres para procrear recuerda a esos criminales de Boko Haram. Cierto que en la serie los fundamentalistas religiosos son cristianos aunque sus métodos distan muy poco de los de los islamistas radicales. Incluso destruyen los símbolos religiosos de otras confesiones. Como vemos, todo muy actual, nada de futuro distópico. Países como Afganistán, Corea del Norte, Irán, Chad, Níger, Ruanda o Sierra Leona están desgarrados por historias tan terribles o más como las que narra esta serie. El horror ya está aquí y El cuento de la doncella parece advertirnos que, lamentablemente, no está tan lejos como podríamos pensar. Su objetivo parece ser concienciarnos de lo fácil que puede ser caer en una dictadura. Algunos países lo sabemos mejor que otros, pero nunca hay que bajar la guardia.
El cuento de la doncella no es una serie para todos los públicos, es cruda y dura, muy dura. Su visionado puede convertirse para el espectador o espectadora en una experiencia casi dolorosa. No ha demasiadas concesiones al respetable ni se pasa un buen rato, todo lo contrario. Por momentos agobia y a uno le falta el aire. Su opresiva atmósfera se complemente con la sensación de que no hay esperanza ninguna. Todo está perdido. O no.
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