No nos confundamos. Colossal no es un film de catástrofes al uso. O, al menos, no es únicamente un film de catástrofes. Cierto que en la trama hay un monstruo gigante que destroza Seúl, pero no es Pacific rim ni la enésima versión de Godzilla que los de Hollywood se sacan de la manga. Cierto que la premisa puede parecer de lo más bizarra, a saber: un monstruo repite los gestos de una joven que vive a miles de kilómetros, pero va mucho más allá. Nacho Vigalondo acierta esta vez de lleno realizando su mejor película hasta la fecha. Su cine siempre se ha beneficiado de un atractivo punto de partida pero daba la sensación que no era capaz de sacarle todo el partido a sus brillantes ideas. Esta vez su propuesta es arriesgada y el desarrollo es más que acertado. Vigalondo es consciente de que siempre nos aterra más lo cotidiano, lo cercano a nosotros, que las grandes destrucciones masivas a cargo de enormes monstruos. En Colossal consigue un equilibrio entre lo cotidiano y el gran espectáculo mientras elabora una metáfora sobre los abusos y la violencia de género. Una violencia que no solamente es física sino también psicológica, algo mucho más dañino. La protagonista interpretada por Anne Hathaway se convierte en rehén de un personaje masculino cruel y controlador. Todo son buenas palabras y favores al principio pero cuando el maltratador se siente rechazado es cuando el drama comienza. No estamos ante una comedia ni una película sobre monstruos, estamos ante un drama sobre violencia de género y así creo que debe ser entendido. Los que esperen ver un espectáculo de destrucción masiva saldrán muy decepcionados.
El retrato de la protagonista no puede ser más certero y desolador, tiene un serio problema con el alcohol, elemento casi omnipresente en la sociedad actual. Por mucha fuerza de voluntad que tenga nuestra protagonista, siempre está ahí. Siempre hay una ocasión que celebrar o simplemente algo a mano que echarse por el gaznate. Nuestra protagonista ha perdido el control y empieza a pasarle factura. El retorno a su antiguo hogar, en busca de eso tan falso como buscarse a sí misma, le hará enfrentarse con los demonios de su niñez. Demonios que han crecido tanto o más que ella. El círculo de relaciones que se establece en la película me pareció muy atractivo. Como ya he comentado, todo son risas hasta que alguien pone en duda el liderazgo del líder. El macho alfa hace uso de su poder sobre los demás miembros del grupo, especialmente sobre nuestra protagonista, su objeto deseo que osa rechazarle. Como todo maltratador, abusa de su poder humillando a sus víctimas física y psíquicamente, la más dolorosa de las formas de control. Sabe que ella no puede abandonarle aunque quiera, ella tiene sentimientos y teme hacer daño a terceros. Pero él no. Me pareció especialmente inquietante la figura de los amigos que asisten a los abusos y no hacen nada para impedirlos. Su silencio les convierte en cómplices. Nuestra protagonista deberá buscar una solución por sí misma. Cierto que la conclusión del film no me resultó del todo satisfactoria pero en conjunto me pareció una lúcida metáfora sobre el maltrato.
Por fin Vigalondo nos ofrece todo su potencial.
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