Philippe Soupault, poeta, novelista y ensayista, nace en Chaville, cerca de París, en el año 1897. Viajó por todo el mundo, desde E.E.U.U. (huyendo de los nazis), hasta Sudamérica y África, acabando sus días en su Francia natal, en el año 1990.
Soupault, era una persona dada a la experimentación. Para él era de vital importancia romper la línea monótona de la cotidianidad, saltándose hasta las jerarquías que las propias normas sociales o la misma naturaleza exigen.
Reunidos para un espectáculo artístico, para un recital de poemas, los espectadores, llenos de buena voluntad, eran provocados a la fuerza y obligados a estallar. En la escena se golpeaban llaves y cajas para hacer música, hasta que el público protestaba, enloquecido.
Georges Hugnet: La aventura dadá. Júcar, Gijón / Madrid, 1973, p. 35.
Es uno de los escritores en entrar al movimiento dadá, fundado por Tristán Tzara. Una cultura emergente de Suiza, que surgió en contra de la rigidez literaria que imperaba en la época y las burlas hacia el artista burgués. Fue una provocación al orden artístico establecido que cuestionó la razón como concepto instaurado por la corriente filosófica positivista.
“Yo llamo amíquémeimportismo a una manera de vivir, en la que cada cual conserva sus propias condiciones respetando, no obstante, salvo en caso de defensa, las otras individualidades” (Tristán Tzara).
Este libro vuelve del pasado a nuestra mirada, un órgano más complejo que el ojo como diría el poeta, de la mano de Jus Ediciones, un símbolo de uno de los padres del surrealismo, que lo es Soupault, junto a André Breton y Louis Aragon, apodados, “los tres mosqueteros”, movimiento que abandonaría años después, debido a su estructura altamente jerarquizada, en el que se añadieron los automatismos como método de escritura. Una especie de estado de trance, que se utilizaría posteriormente también en la pintura.
Las últimas noches de París son dos libros. Uno sobre una misteriosa mujer y otro sobre París. Y ambos se complementan y se funden y confunden en un sinfín de hallazgos creando la imagen de la noche parisina. En los dos se distingue la prolífica narrativa, incluso en las descripciones, en las que espontáneamente se introduce la cosa poética haciendo volar al pensamiento fuera de la trama, por la que discurren de manera transparente todos los personajes, o eso parece, hasta que el puzle de la caleidoscópica realidad, los enfrenta sin el escondite de la memoria. El secreto de Soupault, contar las cosas, no explicarlas.
“Los días que siguieron a aquella noche se asemejaron a las nubes: inmóviles y mudos, no dejaron huella ni remordimiento.”
A través de uno de los personajes de este libro, Soupault, hace unos guiños a ese obrar dadá tan peculiar, atribuyéndole comportamientos diferentes que contrastan con la monotonía de la ciudad:
“Lo conocí cuando era reservista. Un día va y le dice al sargento que le gustaría tener nuevas experiencias y, en la cantina, tira los platos al suelo para oírlos romperse.”
También, en otro de los personajes, se aprecia una crítica a la obsesión por la fama y la riqueza desmesuradas. Ya que nuestro autor terminó su relación con Breton, debido a que éste era demasiado comercial es sus actitudes y quiso atribuirse él solo el surgimiento del surrealismo, desbancando a todos los que le rodeaban.
Un gran libro para vivir una dulce inmersión en la oscuridad del París de primeros de siglo. Una esencia sobre la que otros hubiesen escrito mil páginas, pero debido a su gran carga poética, nos ha sido dada para beber de a poco, mirando al techo, de vez en cuando, buscando a Georgette, tan misteriosa como la noche.
0 comentarios