Aquí nos llega otra de las nominadas al Oscar a la mejor película, aunque vistas las pretensiones de la cinta las tres nominaciones, aunque importantes (película, guion adaptado y actriz secundaria), se antojan escasas, pues estoy convencido que esperaban mucho más. Y es que estas historias basadas en hechos reales, de un pasado reciente y donde se encuentran muchas de las claves de el por qué Estados Unidos ha prosperado de esa forma hasta convertirse en la única superpotencia mundial superando sus prejuicios raciales, suelen convertirse en una de las aspirantes a la dorada estatuilla. Solo hay que ver la cosecha de los últimos años donde la interesante “12 años de esclavitud” de Steve Mc Queen se alzaba con el “premio gordo” y donde llegaron a la terna final productos como “Criadas y señoras”, “Selma” o “Precious”, aunque también películas destinadas a ese fin como “El mayordomo” se quedaron por el camino, aunque el filme de Lee Daniels flojeaba demasiado y acaba resultando aburrido y sin “chispa”.
No sucede lo mismo con este largometraje, pues este pequeño trozo del pasado, sobre la carrera espacial entre soviéticos y norteamericanos, desde la perspectiva de tres pioneras negras, que se convirtieron en fundamentales venciendo la desventaja que les otorgaba su color y su condición de féminas, es de una calidad notable en cuanto a lo técnico y acaba resultando un producto divertido y bien conjuntado. Se puede criticar su argumento, pues todo el envoltorio está narrado con los tópicos más evidentes del cine, pues todos los personajes de raza negra son comprensivos, inteligentes y buenos mientras que los blancos son más mezquinos, estúpidos y peores, salvo el jefe que es el único que lucha contra los oprimidos rompiendo barreras y tabúes para conseguir la igualdad, pero aún así el tono es amable y ligero por lo que nadie se va a sentir ni humillado ni retratado por esa intolerante sociedad de los sesenta. También podemos ver esas historias de superación personal, del individuo frente al colectivo que tanto gustan al otro lado del océano y que por estos parajes del sur de Europa calan menos, pues se prima el Estado sobre la persona (la eterna lucha entre socialismo y liberalismo). Así que el que quiera atacar con beligerantes críticas tiene “el campo abonado”.
Lo que sucede es que el cine muchas veces es evasión y en las dos horas de metraje mi acompañante y yo, nos mantuvimos pegados a la butaca viendo las desventuras de estas “pobres muchachas” sin consultar ni una sola vez el reloj, reflexionando sobre cómo ha cambiado la población en tan poco tiempo (un par de generaciones) y muy entretenidos sobre problemas que en principio no hemos tenido en la Península Ibérica, pues el racismo es un fenómeno bastante reciente pues hasta hace relativamente poco tiempo la inmigración de otros países era ínfima y nunca hemos estado inmersos ni en la “Guerra Fría” ni en la conquista del espacio. En ello hay que agradecer el trabajo de su director Theodore Melfi, que sin grandes alardes en la cámara y en los planos desarrolla la narración con un ritmo adecuado y sin altibajos, bien secundado por una correcta ambientación y un equipo que no falla en ningún aspecto, aunque su punto fuerte son los actores, encabezados por las tres protagonistas, las más desconocidas Taraji P. Henson (aunque estuvo nominada en Hollywood por su papel en “El curioso caso de Benjamin Button) y Janelle Monáe y una Octavia Spencer que ya logró el Oscar con “Criadas y señoras” y que vuelve a intentarlo, secundados por un acertado Kevin Costner, que pretende volver a ser quien fue, una algo demacrada Kirsten Dunst o Jim Parsons (el célebre Sheldon Cooper de la serie “Big Bang).
Una buena propuesta que sin llegar al nivel de obras de tema parecido como “En el calor de la noche”, “Matar a un ruiseñor” o “Arde Mississippi” es recomendable, pues pasaremos un buen rato, nos divertiremos y reflexionaremos sobre una forma de entender el mundo incomprensible, donde los autobuses, bares, aseos, lugares de trabajo o fuentes públicas estaban segregados por el color de la piel. Ahora parece “de locos” pero todo esto sucedía hace sólo cincuenta años; como se leía en la publicidad de “Arde Mississippi”: “-Cuando América estaba en guerra consigo misma-”. Nunca he olvidado esa frase desde que vi la extraordinaria cinta de Alan Parker en el cine Coliseum de Madrid en los lejanos finales de los ochenta.
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