Para casi todos los que ya tenemos una cierta edad, la música va unida inexorablemente a un soporte físico. Fue la manera en la que la descubrimos. Los discos eran bellos objetos que nos permitían acceder a las canciones que amábamos. Eran un medio pero se acabaron convirtiendo en un fin por sí solos. Sé que suena anticuado pero comprar un disco sigue siendo todavía todo un ritual para algunos aficionados a la música. El vinilo tuvo su época dorada en los 60 y 70, la llegada del CD no hizo decaer el negocio en lo 80 y 90. Pero todo cambió con el nuevo milenio. Ni las compañías de discos ni las grandes cadenas de distribución supieron adaptarse a los tiempos. No fue únicamente Napster lo que mató a la gallina de los huevos de oro. De todo ello habla este documental imprescindible para todo amante de la música.
Lo que empezó como un sueño del joven Russ Solomon en 1960 se fue convirtiendo en todo un gigante a nivel internacional con más de 200 tiendas en 30 países. Pero todo sueño tiene su final. Tower records pasó de facturar 1.000 millones de dólares en 1.999 a declararse en bancarrota en 2.006. Quizás intentaron abarcar demasiado o quizás el sueño de unos cuantos hippies amantes de la música no daba para más. El director Colin Hanks elabora un muy disfrutable documental sobre esta apasionante historia de auge y caída. A base de entrevistas e imágenes de archivo se nos presenta una historia fascinante y entretenida a partes iguales. Reconozco que el tema me apasiona y su hora y media se me pasó en un suspiro. A todo ello contribuyen los testimonios de artistas asiduos a Tower records como Bruce springsteen, Dave Grohl o Elton John.
Quizás el film peque en no mostrarnos la relación de Tower records con las compañías de discos. Se habla de su enorme catálogo, de los dependientes, de la tensa relación entre los directivos, etc pero eché de menos la relación con las compañías que les proveían de producto y los márgenes que se repartían en la época de vacas gordas. Puede que el documental sea demasiado benevolente en ese aspecto, es la única pega que le puedo poner. Sí se refleja a la perfección el ambiente distendido (quizás demasiado) que reinaba en las tiendas, algo envidiable en cualquier empresa, pero no olvidemos que el personal era verdaderos aficionados a la música. Algo que hoy se ha perdido casi totalmente. Y es aquí donde a uno le invade la nostalgia, no ya por el vinilo o por CD, sino por que ya casi no existen esos lugares de encuentro para aficionados. Ahora tenemos el acceso mucho más fácil a un catálogo casi ilimitado pero todo se hace desde nuestros dispositivos electrónicos a nivel individual. No solamente se ha perdido casi completamente el objeto, sino también la relación con los demás. Como me pasó con el film Her, uno se pregunta si realmente la tecnología nos conecta o nos aísla del resto del mundo.
No voy a comentar nada más de este documental de obligado visionado para todo amante de la música. Sólo me queda repetir el lema de Tower records: No music, no life. Sin música no hay vida. Pues eso.
0 comentarios