House Of Cards se está convirtiendo en un clásico contemporaneo, en un jodido ‘must’ en toda regla al que todo el mundo debería de tener acceso si desea saber lo que significa realmente el término ‘PODER’ en toda la extensión del término.
Vivimos en un momento con tanta incertidumbre política que todo se vuelve ridículo, friamente medíatico y es que sólo hay que ver los movimientos que se llevan entre manos ‘unicamente por y para el partido’ los cuatro aspirantes que tenemos y comprobar una y otra vez que unicamente están interesados en ir a lo suyo sin prestar (ninguna) atención a todo un país pendiente de sus ‘dimes y diretes’ de comedia barata.
Y es que hasta da la impresión de que algunos de este ‘cuarteto’ de marras se está papeando la serie protagonizada por Kevin Spacey y Robin Wright porque el tráfico de influencias, el juego sucio, la corrupción implícita (y explícita) y la falta de empatía e interés real para con sus votantes y el ciudadano en general es un claro paralelismo B-R-U-T-A-L entre la ficción de Netflix y nuestra desesperante situación política actual.
Pero dejemos reflexiones nacionales porque aquí venimos a hablar de la cuarta temporada de House Of Cards que vuelve a dejar sentado, en otros 13 capítulos de escándalo, el por qué es una de las series definitivas de los últimos tiempos…con el permiso de Juego de Tronos.
La trama comienza situándose en mitad del conflicto matrimonial entre Frank y Claire Underwood, teniendo que lidiar el presidente entre los rumores mediáticos y los objetivos truncados que se habían marcado los dos. En escena también sale el rival definitivo de Frank pues el joven, atractivo y calculador Gobernador de N.York, Will Conway (Joel Kinnanan), le va a empezar a tocar los cojones a base de bien jugando en su misma liga y a su mismo juego que no es otro que el de aplastar y anular al rival caiga quien caiga. Frank, a su vez, sufre un atentado y las cosas cambian necesariamente entre el Presidente y la Primera Dama llegando a un oscuro acuerdo en donde se vuelven a replantear sus objetivos iniciales, sobre todo cuando se plantean en la misma escena el extremismo islámico y el destape mediático de los movimientos de los Underwood en el principio de su ascenso a la Casa Blanca.
Con todos estos argumentos volvemos a tener un guión de auténtico sobresaliente, con unos diálogos y reflexiones de Frank jodidamente geniales en su insaciable afán manipulador, unas tramas perfectamente hiladas y unas interpretaciones para quitarse el sombrero, y no lo digo por Spacey y Wright tan sólo, Michael Kelly en su siempre atormentado rol de ‘Doug Stamper’, Mahersala Ali como ‘Remy Danton’, el mencionado y acertadísimo Joel Kinnanan como ‘Conway’ y, bueno, en definitiva, todo el reparto de secundarios y personajes recurrentes rayan, como ya es costumbre, a un nivel superior.
En conclusión, volvemos a tener otra temporada de sobresaliente, con una Claire Underwood reclamando su cetro y un rival a la altura de la talla de nuestro protagonista por lo que un servidor sólo puede conminaros (¡y obligaros!) a que veáis cómo se mueve, muta y se desarrolla ‘El Poder’ en las más altas esferas. Y es que, siempre me hago la misma pregunta, ¿Cómo un Gobierno Yankee, con esa doble moral de la que tanto presume, puede permitir ‘desnudarse’ tanto de la forma en la que lo hace la ficción de Netflix?… Un auténtico misterio…
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