Cuando uno asiste a un concierto de U2 sabe que lo que va a ver no es solamente un concierto. U2 es ya una leyenda por méritos propios, vale que han tenido sus múltiples tropiezos en los últimos lustros pero conciertos como el de ayer vienen a demostrar que U2 han vuelto a lo más alto. Este cuarto y último concierto en la ciudad condal ha sido uno de los shows más emotivos y espectaculares que he visto nunca. Ya lo anunció Bono al inicio del concierto, se habían guardado lo mejor para el final. Una vez más, U2 lo han conseguido. Se han superado por enésima vez con un espectáculo apabullante pero sobre todo emocionante. Se han olvidado de faraónicos montajes como aquel 360º que nos visitó hace ya 6 años para dedicarse a espacios más reducidos en los que es más fácil llegar al espectador. Renunciar a grandes estadios no significa renunciar a la espectacularidad y la originalidad escénica de sus mejores tiempos. Es un lujo poder disfrutar un show de esta magnitud en espacios más reducidos como el Palau Sant Jordi. Su montaje audiovisual está a años luz de cualquier otro que se pueda ver hoy en día. No es solamente que te deje con la boca abierta en un buen numero de ocasiones sino que te emociona incluso más veces.
Antes del concierto sonó una colección de temas entre los que sorprendieron algunos de los Radiohead de Kid A, curioso. Al sonar el clásico People have the power de Patti Smith el volumen aumentó confirmando que la banda estaba a punto de salir a escena. Imagina la histeria colectiva que había en el ambiente. El inicio con el baño de masas de Bono al final de la pasarela cantando a capela el coro de The miracle fue un inicio inusual y efectivo una vez que la banda entonó el tema con una fuerza tremenda. Sonaron fuertes y con ganas, se notaba que se lo estaban pasando bien. Luego vinieron Gloria, Vértigo y I will follow de tirón. Un cañonazo tras otro sin un momento para recobrar el aliento. Me sorprendió gratamente la energía con la que empezaron estos tipos inmersos en la cincuentena, dejando a las claras que los que daban a Bono y sus secuaces por muertos se estaban equivocando. Bono sigue siendo ese tipo carismático de siempre, por mucho que lleve el pelo teñido de rubio y los años se le vayan notando. Aguanta el tipo de forma magnífica, se cansa pero no se rinde y su voz no acusa el paso del tiempo. Bono sigue derrochando carisma de rock star a la vez que resulta creíble cuando se pone en plan chico de barrio pobre.
De pronto vino lo mejor de la noche, la pantalla sobre la pasarela se ilumina y Bono anuncia la mejor parte del show y, curiosamente, la más introspectiva. Gracias a la tecnología la cosa se pone íntima y nos sumergimos en el mundo de la infancia y la adolescencia. Una bombilla nos sirve para entrar en la habituación de un Bono adolescente que acaba de perder a su madre con 14 años. Iris (hold me close) sirvió de homenaje a la madre de Bono y a todas las madres mientras me produjo los primeros momentos de emoción. Luego siguieron recorriendo los temas más autobiográficos de Songs of innocence como Cedarwood road (con Bono caminando en las alturas entre proyecciones, fliplante) o Raised by wolves en el que hubo un sentido homenaje a las víctima del terrorismo. De Songs of innocence hubo tiempo también para entonar al piano Every breaking wave y Song for someone. Los pelos como escarpias una vez más.
La tercera parte del show fue la más festiva, entonaron lo más granado de Achtung baby: Until The end of The world (alucinante el efecto de la imagen de Bono en las pantallas gigantes jugando con The Edge), The fly sirvió de intermedio (usando la sónica casi industrial de la versión de Gavin Friday) mientras las pantallas escupían mensajes que nos retrotraían a la gira de Zoo TV, Even better than the real thing (con la toda la banda subida a la pasarela) y Misterious ways (con un descocado bailarín invitado que resultó ser Javier Bardem). Por cierto, acto seguido subió a la pasarela Penélope Cruz para grabar a la banda mientras entonaban Desire con una fan invitada a tocar el bajo. A Penélope le dedicaron Spanish eyes, canción que es la primera vez que tocan en esta gira.
Luego vino la inevitable fase de la reivindicación social que siempre hay en todo concierto de U2. Hubo imágenes de refugiados y de la guerra en Siria, entonaron Zooropa cuya letra ahora cobra un nuevo sentido. Sonaron una desgarradora Bullet The blue sky, Pride (in the name of love), Sunday bloody sunday, Where The streets hace no name, etc. Tras With or without you se despidieron del personal en ese estúpido ritual de la falsa despedida. Volvieron al escenario (como estaba programado y todo el mundo sabía) con The city of blinding lights (con un montaje de luces que dejó al personal alucinado una vez más) y Beautiful day (que me sigue sin gustar como casi todo del desastroso All you can’t leave behind) para acabar (ya sin trucos escénicos) con clásicos de su primera época como son Bad y 40. Un foco fue todo lo que necesitó Bono para ir despidiéndose del público. Al final, U2 son cuatro tipos de Dublin tocando juntos. Más allá de los efectos escénicos y las pantallas gigantes, U2 es una banda de rock. Sin grandes canciones sus espectáculos serían vacíos fuegos de artificio. Y no lo son.
Fueron en total dos horas y cuarto de innovaciones escénicas y sentimientos a flor de piel. Todo ello perfectamente combinado. Hoy por hoy, U2 son los únicos capaces de unir emoción e innovación de esta manera.
Buena reseña. Sólo una cosita, el disco se llamaba «all that you can’t leave behind»