Para definir lo que fue el tinglado de aquello que se dió en llamar “rock escandinavo” me van a permitir, por pura molicie, que me autocite y tire de lo que escribí al respecto en una reseña cubriendo el debut en largo de las Heavy Tiger: “Hubo un tiempo, relativamente cercano, en el que los países escandinavos en general y Suecia en particular se convirtieron, inesperadamente, en proveedores de magníficas bandas de rock and roll: Se trataban de grupos que suplían su falta de inventiva -ya que básicamente trabajaban en base a fórmulas muy concretas, de ascendente setentero- con un gran instinto compositivo, la dosis justa de actitud y un aura muy bien hilada, que les daba una cierta apariencia de nuevos clásicos entre los oyentes con pocas horas de vuelo.”
O dicho de otro modo, en el clima musical de los 90’s, en ese incierto punto en el que la resaca del post-grunge iba a dar paso al nu-metal, las hordas vikingas comandadas por The Hellacopters y demás patulea supusieron algo parecido a una tabla de salvación para el amante del genuino rock and roll de raíz inmediata: Un clavo ardiendo al que aferrarse relativamente underground, sí, pero que tuvo su peso en el viejo continente durante el decenio que media entre el ‘95 y el 2005 y que dejó a modo de legado un puñado de discos -en opinión mía- altamente recomendables a los que vamos a pasar revista en las siguientes líneas.
Como suele decirse, no son todos lo que están ni están todos los que son: Hay que tener en cuenta que buena parte de las bandas que componen este top 10 tuvieron en aquellos años una producción insultantemente sólida, de la que, por eso no de no repetirse, solo escogeremos un álbum. Dicho lo cual, ¡empecemos!
– “Soaring with the eagles at night, to rise with the pigs in the morning” (1998)
Aunque su debut, Ridin’ The Tiger, fue editado tan sólo un año antes, para éste su segundo largo los noruegos daban la impresión de haber progresado décadas: Dónde uno es una fanfarria de punk n’ roll pasado de rosca, el otro suena a hard rock atemporal, pleno de riffs y estribillos hímnicos; mientras que en su primer disco se permitían pequeños guiños a, entre otros, Black Sabbath y Chuck Berry, en éste redondo de mastodóntico título las influencias resultan más difíciles de detectar: Intuimos a los Who, The Dictators o los Stooges del “Raw Power” entre los ingredientes, pero la arrolladora personalidad de los noruegos se encarga de difuminarlos, sonando ante y sobre todo a ellos mismos. Para la posteridad, cortes redondos como “Gimme solid gold”, “Heart of a bad machine” o el que en una dimensión paralela habría sido su hit millonario, “The year of manly living”.
Turbonegro – “Apocalypse Dudes” (1998)
Decía Nicke “Hellacopters” Royale en una entrevista para Ruta66 que tenía la sensación de que la única banda de todo el ‘boom’ escandinavo que había conseguido llevarse el gato al agua y hacer números habían sido sus vecinos noruegos de Turbonegro. Puedo entender a lo que se refería: Los de Oslo no sólo consiguieron penetrar en el mercado yankee (gesta que se le quedó algo grande a sus compañeros de escena, que prefirieron hacer de Europa su base de operaciones) sino que se hicieron con un público ecléctico e intergeneracional, donde cabían punkies, heavies y rockeros que caían de hinojos ante la aleación de denim, fantasía homoerótica vía Village People y shock-rock sección saldos del que hacían gala en sus directos. El origen de semejante culto bien podría ser éste álbum, en el que, fortalecidos tras la edición del pequeño clásico punk “Ass Cobra” y la entrada en el grupo del guitar-hero Chris Summers (a.k.a Euroboy) abrieron la puerta a una miríada de influencias hard rockeras que resultaron en un adictivo cóctel de glam, punk y rock and roll de la que salió un disco disfrutable de principio a fin, tan compacto que parece por momentos un grandes éxitos: Sí, fusilaban sin piedad a, entre otros, The Dictators, Alice Cooper y Johnny Thunders, pero que más daba si el resultado era semejante colección de misiles tierra-aire: “The Age Of Pamparius”, “Get it on”, “Prince of the rodeo”… La clase de disco que, si te atrapa a la edad adecuada, puede generar un culto enfermizo.
Backyard Babies – “Total 13” (1998)
Si Mike Ness, en lugar de salir por Orange County, se hubiese movido por los clubs de Sunset Boulevard en compañía de Faster Pussycat y Guns and Roses para hacer versiones de Motörhead habría salido un grupo muy parecido al pretendido por Backyard Babies. Los nombres citados, supongo, dan la pista de por dónde iban los tiros para los suecos: punk americano de la vieja escuela, sleazy angelino y rock and roll en bruto que poblaba los surcos de su obra más celebrada (que no volverían a igualar, no digamos superar), un artefacto crudo que nos pone sobre aviso desde el mismo título de su contenido: Trece cortes, trece disparos en la diana, con la hímnica “Look at you” como joya de la corona. Editado en el año de gracia de 1998 (parece que hubo consenso entre los grupos adscritos a la cosa escandinava de sacar sus mejores discos ese año), las huestes de Dregen disfrutaron durante unos años, hasta los primeros compases del milenio, de un reducido pero fogoso culto: Los shows de presentación de este disco siguen detentando un estatus cuasi-mítico entre aquellos que los presenciaron.
The Nomads – “Up-Tight” (2001)
A priori la inclusión de unos veteranos como The Nomads en esta lista se antoja como algo terriblemente anacrónico: Ellos, más que parte de ésta oleada rockandollera de los últimos 90’s fueron pioneros de la misma. Los suecos, recordemos, iniciaron su andadura en los primeros 80’s, como una banda que parecía ser una respuesta al garage revival que estaban facturando en los EE.UU combos como The Fleshtones, pero no cabe duda que el pequeño boom que sus compatriotas tuvieron en el viejo continente contribuyó a ponerlos en valor de nuevo y darlos a conocer a algún fan atento del tinglado escandinavo.
Para cuando se produjo la edición de éste disco de velvetiano título, quedaban lejos los días en que eran unos deslavazados admiradores de los Cramps y facturaban pequeños monumentos a la distorsión, habiendo mutado en unos finos hacedores de cristalino rock and roll, con tentáculos en la herencia aussie de unos Radio Birdman, el power pop y el rock de guitarras firmando la que es -opinión mía- la más ajustada colección de canciones que hayan entregado los de Solna: Del rock and roll de “Top Alcohol” al toque vacilón de “My Finest Hour” pasando por exquisiteces como “Crystal Ball” o “I Can’t Wait Forever”. Un trabajo impepinable.
The Flaming Sideburns – “Hallelujah Rock’n’Rollah” (2001)
Si hubo una crítica más o menos recurrente a las bandas que integraron las hornadas escandinavas, esa fue la de la actitud en directo de la que hicieron, en su mayoría, gala: Tirando de hemeroteca, menudearon las acusaciones de shows cortos, desiguales o desganados entre buena parte de las bandas adscritas a la invasión vikinga. Cosas del carácter nórdico, suponemos. Sin embargo, hubo grupos de la escena que se ganaron a pulso la fama de animales escénicos, tal es el caso de los fineses The Flaming Sideburns. Capitaneados por un frontman heredero de la ética escénica de Iggy Pop (el argentino Eduardo “Speedo” Martínez) el negociado de los Sideburns era algo así como el punto de encuentro entre el protopunk escuela Detroit de unos Stooges/MC5 con los Stones de los primeros 70’s machihembrado con dentelladas de rock and roll americano primitivo, Little Richard a la cabeza, y ramalazos de space rock y psicodelia.Un cóctel flamígero del que se valieron para dar forma a un puñado de discos efectivos y decibélicos, de entre los cuales éste “Hallelujah Rock’n’Rollah” sigue siendo su mejor carta de presentación.
Diamond Dogs – “Too much is always better than not enough” (2002)
Aunque para cuando se produjo la salida de este su segundo disco los suecos daban la impresión de ser una banda relativamente nueva, surgida en pleno boom escandinavo (su debut a efectos oficiales, de hecho, tuvo lugar el año anterior) el oyente avezado sabía que se encontraba ante un grupo que en ese entonces contaba muchas horas de vuelo: Fue en el lejano ‘94 cuando editaron de forma cuasi clandestina “Honked!”, redondo de exquisito sonido maquetero en el que mostraban un catálogo de influencias reducido pero muy escogido, tomando al asalto el catálogo de riffs de Keith Richards y el regusto etílico y jaranero de los Faces, lo que los situaba como una suerte de primos nórdicos de formaciones como The Quireboys o Dogs D’Amour. En “Too Much…”, pese a contar con una producción más refinada y el concurso del guitar hero Stevie Klasson los referentes a seguir eran básicamente los mismos, añadiendo a la ecuación toques de glam británico y una mayor variedad estilística a la fórmula, que se tradujo en el que es el trabajo más aclamado de Sulo y compañía (para algunos, incluso, el último recomendable de ellos, impresión que no comparto). Un redondo que derrocha carisma, pequeños clásicos instantáneos como “Every Little Crack” o “Blues Yet To Come” y, sobre todo, una atemporalidad insultante, pudiendo haber sido grabado en 1974 o hace un par de horas.
The Hellacopters – “By the grace of God” (2002)
Y llegó el turno de ellos. Fueron sin duda la banda que mejor condensó los vicios y virtudes del tinglado rockandrollero escandinavo, a saber: Víctimas de un sector de su público que se afanó en enterrarlos cuando aún no estaban ni en el ecuador de su carrera, los suecos supieron no obstante labrarse un aura semilegendaria valiéndose de una iconografía cuidada al milímetro y un puñado de discos que nunca bajaron del notable. El camino transitado hasta llegar a su trabajo más representativo había sido largo: Mascarones de proa de la escena escandinava con redondos de punk cavernícola con sobredosis de speed (“Supershitty to the max” y el algo más refinado “Payin’ the dues”), en “Grande Rock” mudaron la piel y abrieron el espectro, dejando colarse en su sonido a los KISS setenteros, los Stones del “Sticky Fingers”, Lynyrd Skynyrd, The Rubinoos o Status Quo, entre otros. “By the grace of God” es, al igual que el anterior “High Visibility”, un trabajo continuista de aquel, generoso en riffarama con regusto a FM yankee de los 70’s, guitarrazos catedralicios y estribillos pluscuamperfectos. ¿Por qué escoger entonces éste y no aquel? Sencillo: Aquí la fórmula hellacopter está tan pulida que corta, los temas se suceden como un mecanismo de precisión sin dejar nada al azar y se atisba en el horizonte la creación de un sonido ciertamente idiosincrático, propio. La edición del disco vino acompañada, de hecho, de la aparición de decenas de grupos con un sonido entre similar –The Peepshows, véase más abajo- y clónico –The Sewergrooves, sin representación en la lista- al patentado por los de Estocolmo.
The Yum Yums – “Blame it on the Boogie” (2002)
Parece haber pocas dudas acerca del ascendiente que el punk rock tenía sobre buena parte de estos grupos: Formaciones como MC5, Radio Birdman o The Dictators eran citadas habitualmente a la hora de referirse a The Hellacopters, Gluecifer o The Flaming Sideburns. Sin embargo, curiosamente, pocas parecían tener a los Ramones entre su elenco de influencias, lo que sitúa a los Yum Yums como una pequeña rara avis entre las bandas de ésta lista: Su cancionero bebe a caño libre de la faceta más power pop de los de Queens, aquella que atravesaba discos como “Leave Home” o “Pleasant Dreams”. Tal era su querencia que se sumergían sin embozos en el santoral del que se nutrieron los neoyorquinos, esto es: bubblegum, coros surferos con regusto a los primitivos Beach Boys, girl groups senseteros… Ellos metían de su cosecha algunos solos en plan Chuck Berry y algún ramalazo que retrotraía a T-Rex, lo que los alejaba de sonar a una vulgar banda tributo al concepto ramoniano. El presente redondo seguía mostrando a los noruegos en sus trece, esto es: Disparando un puñado de misiles jalonados por los guitarrazos á la Johnny Ramone de André Dahlmann apuntalando el avanzado sentido del estribillo de Morten Henrikssen.
The Peepshows – “Refugee for degenerates” (2003)
Numerarios de la segunda division del boom nórdico, los Peepshows nunca gozaron del reconocimiento relativo del que sí disfrutaron otras bandas de su escena. Fueron uno de esos grupos que surgieron al calor de la “fórmula Hellacopter”, mimetizandose con el rock and roll límpido y elegantón que éstos elevaron a la categoría de canon a partir de “By the grace of God”, si bien hay que reconocerles ciertos detalles de estilo que los ponen a buen recaudo de las decenas de grupos clónicos que surgieron por esas latitudes en los primeros compases del milenio: Del rock and roll hipervitaminado de sus inicios los de Örebro fueron mutando paulatinamente en un animal distinto, cercano por momentos a un power pop de pátina melancólica con puntuales estallidos guitarreros a lo Thin Lizzy. Una fórmula jugosa que apuntaló su colección más sólida de canciones hasta la fecha: Un redondo en el que apenas sobra nada, poblado de disparos pop de alto voltaje y suculentos riffs en el que los suecos de destapaban como unos finos émulos de sus maestros, pudiendo mirarles cara a cara por momentos. No es casualidad que The Hellacopters acabasen grabando su versión del corte más celebrado del álbum, “Midnight Angels”.
The Hives – “Tyrannosaurus Hives” (2004)
Creo que no descubro nada al afirmar que buena parte del combustible del que se nutrían estas bandas eran fórmulas procedentes, en su mayoría, de la década de los 70: Llámense hard rock, glam, punk o high energy. Hubo, sin embargos, grupos que echaban la vista algo más atrás y montaban su discurso en base a los Stones de Brian Jones, el beat inglés y el legado de combos de garaje y rhythm and blues pasado de rosca como The Sonics. Eran en realidad una corriente paralela, cuando no radicalmente distinta, que se vio asociada a lo que venían despachando The Hellacopters o Turbonegro por una cuestión puramente geográfica. Cosa que no les vino mal, tampoco, ya que les permitió salirse de los estrechos confines de la escena revival y patearse salas y festivales de media Europa. The Hives son el ejemplo más claro de lo que vengo diciendo, consiguieron, de hecho, surcar la ola del rock escandinavo tan bien que acabaron dejándola atrás a nivel de ventas y popularidad siendo hoy por hoy más asociados al neo garage de principios del s.XXI de bandas como The Strokes que a, por ejemplo, sus compatriotas The Maharajas. Aunque en esas fechas no faltaban quienes empezaron a acusarlos de no ser más que un hype, ellos no se achantaban y entregaron un trabajo repleto de cortes anfetamínicos, guitarrazos esquemáticos y griterío deslavazado que, aunque pecaba a ratos de ser formulario en exceso, cumplía su cometido.
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