La Dama de Hierro, la Haçienda y Madchester.
A mediados de los ochenta, el gobierno de Margaret Thatcher había hundido el país en la miseria: privatización de empresas, educación y medios a favor de los poderosos, recortes presupuestarios, índices de desempleo alarmantes, sindicatos en franca decadencia, y reducción de inversiones en servicios sociales y vivienda. Los mineros, hartos de las precarias condiciones laborales y las subidas de impuestos, se lanzaron a la calle para manifestarse. Los piquetes se sucedieron: violencia policial, gases lacrimógenos, cientos de heridos y miles de detenciones. Gracias al Partido Conservador, Inglaterra entró en un estado de represión dictatorial. El recuerdo de la Guerra de las Malvinas continuaba fresco en la memoria colectiva: el Gobierno no tenía escrúpulos a la hora de utilizar la fuerza para conseguir sus objetivos. Millones de familias se quedaron sin trabajo, por consiguiente, para llenar el tedio, la pobreza y la desesperación, muchos jóvenes recurrieron a los narcóticos. A pesar de todo, la “Dama de Hierro” ganó tres elecciones consecutivas por el voto masivo de la clase trabajadora.
Ello creó un clima de descontento, de necesidad de escapar de la situación social y económica que invadía el Reino Unido. Todo comenzó en Mánchester, en la Haçienda, el club de Tony Wilson. En un principio, el local fue una sala de conciertos en la que tocaban agrupaciones (Simple Minds, los Smiths, Bauhaus, Madonna, etcétera) de toda condición y pelaje. Los primeros años fueron complicados: los gastos del edificio (una nave industrial de dos plantas que permanecía abierta toda la semana), escasa clientela, robos por doquier, una gestión nefasta por parte de los propietarios. Wilson, presentador televisivo y dueño de la discográfica Factory Records, había lanzado a bandas como Joy Division, New Order y, posteriormente, Happy Mondays. El house de Chicago, el hip hop y la música electrónica comenzaron a ganar notoriedad en las pinchadas que se efectuaban en la Haçienda. La influencia de Ibiza llegó a los clubes de Inglaterra con el hedonismo, la diversión y la hermandad provocada por las drogas; el éxtasis no tardaría en convertirse en una parte indispensable del movimiento que empezaba a gestarse.
En 1988, Stone Roses, Happy Mondays y A Guy Called Gerald alcanzaron las listas de éxitos. Madchester se encontraba a la vuelta de la esquina. Las influencias de la mayoría de las bandas de la época (surgidas del circuito alternativo discográfico) mamaban de la psicodelia de los sesenta, del funk y de la reciente escena house. El indie y la electrónica se volvieron inseparables. Los medios hicieron eco del movimiento. La Haçienda pasó de ser un club que oscilaba al borde de la bancarrota a llenarse todas las noches; la paciencia de sus dueños finalmente se vio recompensada. Una serie de ban¬das invadieron el mercado: Inspiral Carpets, Charlatans, Mock Turtles, Soup Dragons, The Farm, EMF, James, 808 State, Northside, Blur, Flowered Up… La lista podría ser interminable. Las raves, fiestas al aire libre en las que reinaba el MDMA, locura y desenfreno, se volvieron increíblemente populares. La caída del muro de Berlín, el fin la Guerra Fría y la muerte del thatcherismo eran un hecho. Había nacido El segundo verano del amor.
La génesis de Screamadelica
Por aquel entonces Primal Scream habían despachado Sonic Flower Groove (Elevation, 1987) y el homónimo Primal Scream (Creation, 1989), influenciados por The Birds, Love, The Velvet Underground, The Stooges, MC5, The Clash, The Who y, sobre todo, The Rolling Stones, que apenas alcanzaron repercusión comercial. La banda se encontraba en la cuerda floja, viviendo de la Seguridad Social, sin tener claro qué les depararía su carrera. Era necesario un cambio de rumbo, un lavado de cara, un nuevo sonido que los condujera al futuro. Gracias a la mediación de Alan McGee (amigo íntimo de Bobby Gillespie y jefazo del sello Creation), entrarían en contacto con Andrew Weatherall, DJ al que propusieron remezclar la balada «I’m Losing More Than I’ll Ever Have». El resultado fue «Loaded», una bizarra «Sympathy For The Devil» para la generación rave con samplers de voces, piano, soul, lisergia, vientos y coros góspel, que fue un bombazo comercial. La primera vez que Weatherall pinchó el tema en Londres, el público enloqueció en la pista. «Loaded» fue una declaración de intenciones: eufórica, invitaba a un buen colocón, a bailar como si no hubiera mañana, al desparrame absoluto. Se trataba de estar en el lugar adecuado en el momento oportuno, aprovechar la sinergia de Madchester: no podían dejar pasar aquella oportunidad. Las cien mil copias vendidas del sencillo mostraron a Primal Scream que su destino, traer el pasado al presente para definir el futuro, se encontraba en la senda abierta por los Soup Dragons en Lovegod (Big Life, 1990).
Triunfo de una obra maestra
Según la leyenda, la grabación del disco fue de todo menos convencional: la banda salía de fiesta por los clubes los fines de semana, disfrutando de las delicias del éxtasis para inspirarse a la hora de componer. Posteriormente, de lunes a jueves, se encerraban en el estudio para trabajar en una serie de temas que hermanaban sus influencias: rock, pop, dance, house, soul, góspel, psicodelia. Gillespie llegó a estar tan pasado de vueltas que fue incapaz de cantar en «Slip Inside This House» o «Don’t Fight It, Feel It». Un detalle importante de este álbum es que las letras son secundarias, lo fundamental es la atmósfera, las vibraciones, la energía narcótica que emana de sus surcos. Screamadelica (Creation, 1991) tardó 18 meses en gestarse con la inestimable ayuda de una serie de productores que enseñaron a la formación un nuevo lenguaje musical: The Orb, Andrew Innes, Hugo Nicolson, Jimmy Miller, Hypnotone, Graham Massey, Terry Farley y el citado Weatherall. Irónicamente, Primal Scream redefinió un género musical al que se apuntaron con ciertas reticencias, de tal modo que pareció que Madchester fue una creación de ellos. Todo es icónico en Screamadelica: la portada de Paul Cannell, la mezcla géneros dispares en apariencia incompatibles, las canciones que remiten a una época dorada en la que parecía que la juerga nunca conocería final. El factor nostalgia es esencial, basta con ver la reacción del público cuando tocan cualquier tema del elepé; baila como si se encontrara en un club. Si esa fue la intención, huelga decir que lo consiguieron con creces. El impacto del álbum fue tan grande en la carrera de la banda que, posteriormente, la crítica y el público destrozarían Give Out But Don’t Give Up (Creation, 1994), acusándolos de haberse vendido con un elepé de factura añeja, aroma sureño, soul y blues, que podían haber firmado sus Satánicas Majestades. Craso error: Screamadelica rezuma clasicismo. Que nadie olvide que Gillespie siempre ha profesado devoción por Mick Jagger. Basta con escuchar «Movin On Up», «Damaged» o «I’m Comin’ Down». Entrando en la opinión personal, siempre he pensado que etiquetas como «visionario», «innovador», «rupturista» o «adelantado a su tiempo», cuadrarían mejor en trabajos posteriores. Screamadelica es hijo de su tiempo; en la actualidad sería imposible que surgiera un disco de estas características. Poco convencional, rompe cualquier estereotipo. Respecto a las certificaciones: número 8 en las listas británicas, número 31 en las listas americanas, disco de platino, premio Mercury Prize. La competencia de aquel año fue devastadora: Nirvana, Red Hot Chili Peppers, My Bloody Valentine, U2, Pearl Jam, R.E.M. y Massive Attack (por poner algunos ejemplos), despacharon trabajos que se han convertido en clásicos.
Nostalgia por un pasado glorioso
Durante el presente año la banda ha editado numeroso material: Riot City Blues Sessions (Sony, 2021), Utopian Ashes (Third Man Records, 2021), de Bobby Gillespie & Jehnny Beth, la edición picture disc de Screamadelica (Sony, 2021), The Screamadelica 12″ Singles (Sony, 2021), Demodelica, (Sony, 2021) y Live At Levitation (Rough Trade, 2021). Aparte de ello, un magnífico remix de «Shine Like A Star» producido por el fallecido Andrew Weatherall que llega a superar la versión original. Aunque Primal Scream se hubiera disuelto después de sacar Screamadelica a la venta, sospecho que la estela del disco les hubiera permitido seguir ofreciendo directos hasta la actualidad. A diferencia de muchas formaciones del movimiento, que triunfaron en las listas con un single y desaparecieron sin dejar rastro (Northside, Flowered Up, Candy Flip, World Of Twist), los escoceses supieron trascender su propio mito y continuar vigentes hasta la actualidad, sin contar con unas cuantas obras maestras posteriores que estuvieron a punto de opacar a su elepé más popular. Screamadelica fue la mezcla perfecta entre el rock clásico y la música de baile: empezaba como el subidón propio de las metanfetaminas y terminaba con la tristeza, nostalgia y desasosiego de la peor de las resacas. Madchester en todo su decadente esplendor.
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