Si no fue este un concierto perfecto, las razones corren a cuenta del emplazamiento. El sonido podía haber sido algo mejor. En lo que respecta a las bandas, sólo puedo decir que se salieron. Tanto The Jokers como Eldorado se entregaron como si la Sala Lemon fuera un estadio lleno. Como debe ser.
A pesar de que cuando comenzaron The Jokers, esa divertidísima banda de hard rock de la que hablamos hace algún tiempo, el público se encontraba bien disperso, dos canciones bastaron para que la atención de la mayoría cayera en su trampa. Una trampa de hard rock guitarrero, divertido y eléctrico. Hard rock de singles. Con naturalidad y ganas, llenan el escenario de poses e infunden dinamismo a sus temas estribillescos. Con una guitarra a un volumen desmedido respecto al resto, atronaron con canciones como “Rock N’ Roll is Alive”, “Silver City” o “Night Driver”. Paul Hurst hasta dejó de posar y tocar para bajar del escenario y animar a los presentes de cuatro en cuatro. Terminaron tras 40 minutos que se hicieron cortos y el público, con energía, pidió bis. Cosa rara con teloneros, pero creíble disfrutado lo notable de su show y el potente sonido, algo falto de voz.
A las 22:00 comenzaron Eldorado, como hacen habitualmente, improvisando. Así nos introducen en ese micro-universo que tan bien evocan y por el que tanto les valoro como banda: el de finales de los sesenta y principio de los setenta, cuando la música cobraba vida sobre el escenario. Quizás hoy día el LSD no llena los bolsillos del público como entonces, pero si la falta de psicotrópicos se compensa con unas improvisaciones bien hechas -nada de dibujar cosas abstractas con las notas y sí haciendo gala de buen gusto al tocar- el efecto resulta hipnótico. Tras la introducción, “Hey Saturno” sonó atronadora, con un Andrés Duende golpeando cuerdas como si le fuera la vida en ello.
El nuevo batería, Christian Giardino le pone unas ganas tan acordes a su juventud como a la sangre de músico que corre por sus venas. Varias veces tiró uno de sus platos al suelo, y es que aporreaba sus artefactos tan desmedidamente que el cansancio, un cansancio bien compensado con adrenalina, se hacía patente en su rostro, que no en su forma de tocar. Así, los temas de Eldorado reventaron los cimientos de la Sala Lemon, desde los más íntimos, como el precioso “Blue Jay Wings”, “Atlántico” o “Like A Lost Child”, a los más pesados como “Another Bright Sunday” y “Reactor”. El público coreaba los estribillos, animaba a los músicos y palmeaba cuando era menester, aunque como es habitual, durante las improvisaciones, había una mitad que quedaba hipnótica y otra que charlaba; y jode. Suerte que uno puede colocarse debajo de los monitores cuando la sala no está a reventar, como era el caso, y olvidarse de los poco respetuosos bajo capas de volumen.
Lo dijo César: lo que tienen las canciones de Eldorado es que nunca sabes cúanto van a durar. Alargaron temas al azar en con improvisaciones en las que el propio Jesús al teclado y Andrés a la guitarra fueron protagonistas, con un Christian a la batería que los guiaba a su antojo, convirtiendo algunos pasajes en verdaderas delicias de tiempos de hippismo. Dejaron caer hacia el final una divertidísima y personal versión del “Inside Looking Out” que encajó a la perfección, y dieron el colofón con “Kassandra”, “La Casa de las Siete Chimeneas” y por último, “Paranormal Circus”, uno de sus mejores temas. Eché de menos “Un Adios a Noviembre”, aunque encajaron muy bien “Falling Falling”, de su anterior redondo y el psicodelizado “Helter Skelter”, así como “Space Mambo”, que mis otros encuentros con ellos no habían tocado.
Total, un show de dos horas en el que hubo de todo, destacando entre todo ello unos músicos que están a nivel de cualquier banda de rock clásico del momento. Reviven otros tiempos, hacen más suyo lo propio que en estudio y regalan tramos que no existían antes, unas improvisaciones sentidas y deliciosas. Les deseo que sigan en ascenso, y les pido que vuelvan pronto a la capital. Siempre es un placer disfrutar de un grupo tan bueno y tan cercano al público.
Fotografías de Julen Figueras y Diana Gaftoneanu, de Rockangels.
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