Ahí estamos todos. En esa esfera que gira sin detenerse. Mirando desde abajo, alzando
la vista poco a poco, se podría decir que cada piso es un nicho, con su bolsa limitada de lenguaje
llenándose hasta la muerte. Cada edificio, una caleidoscópica hormigonera girando.
Cada ciudad, un hormiguero a la intemperie devorándose a sí mismo. Cada país,
una paleta manchada con las pruebas de color de un cuadro inacabado. Y el mundo,
un embrión azul en cadena perpetua de gestación.
La vida en ese redondel no es fácil. Hay gente tan pobre que necesita lácteos
y faldas cortas de 3 euros para aproximarse a la felicidad. Hay que plantarse.
Aquí os quedáis con vuestros anuncios cargados de buenismos, con vuestras
salvaciones a costa de cadáveres flotando, de vuestras herramientas mediáticas
para que nos pensemos sin futuro.
En esta circunferencia viva, no sólo se vive. También se no vive. Que es como vivir,
pero en negativo, sufriendo con todo el cuerpo; sin espacio para la expresión del dolor.
De hecho, un día, todos, vamos a morir, ¡qué circo!. Debería bastar con eso para que
nos amásemos los unos a los otros, pero no es así. Nos aterrorizan y aplastan
las trivialidades de la vida; nos devora la nada.
Veamos, pues, en lo pequeño, la estructura gigante de las cosas. Hoy como pan
con choped y me siento en una piedra a contemplar el maravilloso espectáculo del mundo.
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