Es muy complicado ser capaz de separar la persona y la obra, por desgracia. Cada vez más en estos instantes que vivimos de crispación y verdades absolutas sin rastro de certeza acumulada. Tiempos en los que la filiación hace que demos de lado por sus actos o palabras a aquel cuya obra nos atrapa o qué alabemos por lo mismo a aquellos cuyo trabajo jamás sentimos nuestro. El signo de los tiempos que diría aquel. Por eso navegamos por las redes sociales con una tijera censora en una mano y la bandera de la indignación en la otra, dispuestos a utilizar cada cuál según nuestra conveniencia. Difícil escapara de esa espiral. Lo intento. Admiro a Maradona, a su obra, su arte, sus goles, sus gambetas. Ello no quita que hubo aspectos de su vida que repruebo. Como bien dice uno de los testimonios reflejados en «Mi Diego» de Alejandro Duchini, «Los ídolos son representantes de algo muy genuino para la gente, a pesar de sus contradicciones». Alejandro Duchini es un periodista argentino, hincha del fútbol y sobre todo de Independiente de Avellaneda. Nos presenta este «Mi Diego. Crónica sentimental de una gambeta que desafió al mundo», un libro para disfrutar y vivir aquellos que admiramos al Diego cuando estaba en la cancha, el único lugar del mundo que le hacía feliz. Y es que como él mismo dejó para la posterioridad, «la pelota no se mancha».
«Mi Diego» no es una biografía al uso. No se introduce en farragosos pasajes de la historia personal del Diego, porque está escrita desde otra perspectiva. Quizás es un libro con el que se sentirán en cierta parte huérfanos de datos aquellos profanos en la historia de Diego Armando Maradona, pero que evita la reiteración para aquellos que ya nos sabemos todo aquello de memoria. «Mi Diego» vive de recuerdos y sensaciones, que al final es lo que manda en nuestros corazones, porque la memoria muchas veces, crea su propia ficción de la realidad y es como nos apetece recordarla. Duchini se vale de sus memorias y toma prestadas las de otros que lo vivieron e incluso los que no, pero han aprendido a amar al mito sobre todas las cosas. Disfruto recordando cómo el Diego se venga de Hugo Gatti haciéndole cuatro goles después de que este le llamase gordito. Como su debut en primera frente a Talleres fue presenciado por 7.737 personas aunque ahora los que aseguren haber estado aquel día aquel pudiesen llenar tres Maracanás, como cuenta Juan Carlos Montes.
Sus paso por el F.C.Barcelona del que nunca se sintió parte y su llegada a Nápoles donde se convierte mundialmente en el Diego del pueblo, el que cobra la afrenta que el norte siempre hace al sur y como su vida se convierte en un viaje sin retorno digna de una novela negra. México 86 y la rendición incondicional del mundo a sus pies. Sus enfrentamientos con el poder establecido que le costó llagas y cicatrices de las que nunca se pudo terminar de recuperar. El Diego que vivía para la gente, el Maradona que no fue capaz de sobrellevar la fama y fue fagocitado por esta. Como sentenció Signorini, «con Diego voy a todos lados, con Maradona, a ninguno«, o en palabras del Padre Pepe: «el pueblo más humilde se sentía representado en él. «Su triunfo era el triunfo de uno. Y sus mismas derrotas eran las derrotas de otros.» En Argentina el Diego se sienta junto a Gardel, Evita o Perón. Yo escribo esto mientras en mi tocadiscos purga sus penas Muddy Waters. Quiero terminar con una frase del periodista Ramón Besa. «Maradona estuvo en la línea de un George Best o un Garrincha. Nunca de un Pelé»
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