Comenzamos este año nuevo con el poema número ochenta y seis de las Flores del Mal. Entramos en el siguiente título del libro ‘Pinturas Parisinas’. Donde nuestro poeta describe un paisaje particular, que nombra su manera de proceder a la hora de crear poesía.
LAS FLORES DEL MAL – CHARLES BAUDELAIRE
TABLEAUX PARISIENS
PAYSAGE
Je veux, pour composer chastement mes églogues,
Coucher auprès du ciel, comme les astrologues,
Et, voisin des clochers, écouter en rêvant
Leurs hymnes solennels emportés par le vent.
Les deux mains au menton, du haut de ma mansarde,
Je verrai l’atelier qui chante et qui bavarde ;
Les tuyaux, les clochers, ces mâts de la cité,
Et les grands ciels qui font rêver d’éternité.
Il est doux, à travers les brumes, de voir naître
L’étoile dans l’azur, la lampe à la fenêtre,
Les fleuves de charbon monter au firmament
Et la lune verser son pâle enchantement.
Je verrai les printemps, les étés, les automnes ;
Et quand viendra l’hiver aux neiges monotones,
Je fermerai partout portières et volets
Pour bâtir dans la nuit mes féeriques palais.
Alors je rêverai des horizons bleuâtres,
Des jardins, des jets d’eau pleurant dans les albâtres,
Des baisers, des oiseaux chantant soir et matin,
Et tout ce que l’Idylle a de plus enfantin.
L’Émeute, tempêtant vainement à ma vitre,
Ne fera pas lever mon front de mon pupitre ;
Car je serai plongé dans cette volupté
D’évoquer le Printemps avec ma volonté,
De tirer un soleil de mon cœur, et de faire
De mes pensers brûlants une tiède atmosphère.
PINTURAS PARISINAS
PAISAJE
Necesito, para componer castamente mis églogas,
tumbarme frente al cielo, como los astrólogos,
y cercano a los campanarios, escuchar soñando
esos himnos solemnes arrastrados por el viento.
Las dos manos en la barbilla, desde lo alto de mi buhardilla,
podré ver a los obreros cantando y charlando;
las tuberías, las torres, esos mástiles de la ciudad,
y los vastos cielos que hacen soñar con la eternidad.
Dulce es, a través de la niebla, ver nacer
las estrellas en el cielo azul, la lámpara en la ventana,
los ríos de carbón elevarse hasta el firmamento,
y la luna derramar su pálido encantamiento.
Veré las primaveras, los veranos, los otoños;
y cuando llegue el invierno con sus monótonas nieves,
cerraré todas las puertas y persianas
para edificar por la noche mis mágicos palacios.
Entonces soñaré con horizontes azulados,
jardines, chorros de agua llorando en el alabastro,
besos, pájaros cantando mañana y tarde,
y todo lo que ese Idilio tenga de más infantil.
La Turba, despotricando en vano en mi ventana,
no hará que levante la frente de mi escritorio;
porque estaré sumergido en este placer
de evocar la Primavera con mi voluntad,
despertar un sol en mi corazón, y hacer
de mis ardientes pensamientos una tibia atmósfera.
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