La serie Balconcillos son unos centos. Un poema en prosa que está hecho de trozos de otros poemas distintos, pero elaborados de manera que ese puzle cobra un sentido holístico. Una introducción al mundo de la poesía. Ese mundo que al parecer se esconde en los poemas y es difícil averiguar.
Son una inmersión profunda al interior del poeta que nos sitúa en la primera fila de su mirada, el balcón de sus ojos. Para desde ahí, contemplar la belleza del mundo — a veces dulce, a veces peligrosa — y el corazón del Cosmos. Un rayo de luz que atraviesa esa parte monótona de la existencia que nos rodea, que bien pareciera un engaño sofisticado para hacernos mirar a otro lado mientras nos consumimos en medio de nuestras absurdas vanidades.
BALCONCILLOS – NÚMERO 1
Si tu vida ha sido plana hasta el día de hoy, puede que el relieve te aceche en estos balconcillos, de clima suave y ambiente ameno. Puedes hacer las trampas que quieras con el tiempo, pero tus días están contados. ¿Tienes grietas cuando sales a la calle o las cejas crecidas de tanto llorar? ¿puedes mirar al destino directamente a los ojos? ¿está tu vida desecha en una raya de la noche, en ese vidrio que sangra en la ventana? Según lo que hayas respondido a estas sucias y precipitadas preguntas, tendrás que hacer un cursillo acelerado de genuflexión, ay.
Sube a uno de los balconcillos más altos, si quieres, desde el que verás girar las turbinas del crepúsculo. Sentirás la atmósfera estancada (y ligeramente teñida de rosa y de azul), verás el espacio puro donde las flores se abren interminablemente y donde se pueden contar hasta los caracoles en la hierba.
Bien, vamos allá, si te parece, que en la embajada se están poniendo nerviosos. En primer lugar, ¿eres como nosotros? ¿tienes suturas, cicatrices que muestren que has perdido algo? Parece ser que hay un error general, humano, cuyo ángulo no conocemos: eso es precisamente lo que más nos interesa, y tenemos que saber si tú has venido solamente a añadir las trivialidades de tu vida al (ya considerable) dolor de las nuestras.
Los demás, que se apañen con la nómina o la falta de nómina, con el vídeo, la coca o la esperanza. Algunos opinan que la vida es un viaje experimental hecho involuntariamente o que somos algo que sucede en el descanso de un espectáculo –por decirlo así-, una forma de estar en las cosas que no nos quieren o, quizá, como ratones que volvieran de algún infinito que desconocen. Estas explicaciones tienen la suficiente claridad y, también, la deliciosa oscuridad de la armonía, pero demasiada herrumbre, querido, demasiada herrumbre.
Lo que nos importa es poner huevos en el tiempo y no en la eternidad, y no estamos dispuestos a seguir jugando al cierraojos y ábrelos. Don roberto dice que el amor empieza cuando se rompen los dedos. Parece (sólo parece) que los árboles tratan de decirnos quiénes somos.
Pero no sabemos ni siquiera a qué hora vendrán con nuestro retrato, ¿nos reconoceremos sin lo que nos sobra? Cuando el aire tiene sabor a tiempo, las fronteras no están lejos, ay.
Sube, si quieres, cuando quieras, a estos amenos y hermosos balconcillos y no te dejes intimidar, por lo menos de inmediato, por lo que oigas o dejes de oír. Mira las suaves laderas del crepúsculo dorado que está virando a negro. Si has estado anudado y te han desanudado con prisa o con violencia y te has quedado (como) depositado en nódulos y silencioso hasta la maldición, entonces ya sabes cómo anuda el amor, cómo alienta sobre el vinagre hasta volverlo azul. Después, más tarde, tal vez, cuando la luz regresa, ya no sabemos ni qué queríamos ser: hasta entonces, habíamos estado siempre atados de amor, sin amor, muertos, respirando un barro cansado, escondidos en sitios negros y dulces, tal vez ocultando los clavos, ay.
Sube y asómate aunque no seas el padre de la jirafilla, aunque no seas el padre de las tórtolas ni de los geranios, aunque no hayas contado los caracoles. Pero no te entretengas (demasiado) oliendo cómo el perfume se separa de las flores y emprende el viaje: si te descuidas, enseguida te meterán en unas meninas, montando caballos muertos, sí, tal como dijo el poeta inglés, tumbado en la hierba, de los tres segadores: un cuarto está segando, y ése soy yo.
Si no te mojas, si no te empeñas, si no te pones firme y serio y exigente, no verás nada preciso: una polvareda que pasa, una nubecilla rosada y tonta. Podrás decir: miraban, no miraban, y distantes distantes. O: me acuerdo de árboles (muy) altos. O: algunas cosas hacían sombra al moverse o al no moverse. O: había algunas columnas rotas y cisnes serios como hombres.
En súmula y ultimidad, una de tus manos se habrá quedado vacía y nunca sabrás cuál de las dos.
por Narciso de Alfonso
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