El siguiente poema de Las Flores del Mal, de Charles Baudelaire, es Don Juan en los infiernos. Un poema un poco más largo muy surrealista, en el que se presenta un viaje pagado al barquero Caronte lleno de imágenes tenebrosas. Un lugar donde al parecer, todas las realidades suceden a la vez. Viaje representado según el poeta por los miedos de Don Juan, el cual, para él un héroe, impertérrito y sereno, se enfrenta a ellos.
LAS FLORES DEL MAL – CHARLES BAUDELAIRE
DON JUAN AUX ENFERS
Quand Don Juan descendit vers l’onde souterraine
Et lorsqu’il eut donné son obole à Charon,
Un sombre mendiant, l’œil fier comme Antisthène,
D’un bras vengeur et fort saisit chaque aviron.
Montrant leurs seins pendants et leurs robes ouvertes,
Des femmes se tordaient sous le noir firmament,
Et, comme un grand troupeau de victimes offertes,
Derrière lui traînaient un long mugissement.
Sganarelle en riant lui réclamait ses gages,
Tandis que Don Luis avec un doigt tremblant
Montrait à tous les morts errant sur les rivages
Le fils audacieux qui railla son front blanc.
Frissonnant sous son deuil, la chaste et maigre Elvire,
Près de l’époux perfide et qui fut son amant,
Semblait lui réclamer un suprême sourire
Où brillât la douceur de son premier serment.
Tout droit dans son armure, un grand homme de pierre
Se tenait à la barre et coupait le flot noir ;
Mais le calme héros, courbé sur sa rapière,
Regardait le sillage et ne daignait rien voir.
DON JUAN EN LOS INFIERNOS
Cuando Don Juan bajó hacia las aguas subterráneas
y una vez hubo dado su limosna a Caronte,
un oscuro mendigo, el ojo orgulloso como Antístenes,
con brazo vengador y firme agarró cada remo.
Mostrando sus pechos colgantes y sus vestidos abiertos
las mujeres se retorcían bajo el negro firmamento,
y, como un gran rebaño de víctimas disponibles,
detrás de él arrastraban un largo bramido.
Sganarelle, riéndose, le exigía su salario
al mismo tiempo que Don Luis, con dedo tembloroso
indicaba a todos los muertos errantes por las orillas,
al hijo atrevido que se burlaba de su blanca frente.
Temblando bajo su duelo, la casta y delgada Elvira
cerca del marido pérfido, quien fue su amante,
parecía reclamarle una suprema sonrisa
donde brillara el dulzor de su primer juramento.
Erguido con su armadura, un hombretón de piedra
se paró al timón y cortó la negra corriente;
sin embargo, el tranquilo héroe, inclinado sobre su espada
miraba la estela y no se dignó a ver nada.
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