En tiempos de hipocresía, cualquier sinceridad parece cinismo.

William S. Maugham

La sociedad, como concepto, nunca me ha agradado. Siempre he tenido la sensación de no encajar en ninguna parte. Durante toda mi vida he vivido en un entorno tan espantoso como hostil. Las personas, en líneas generales, están cortadas por el mismo patrón. Mis intereses no cuadran en un mundo en el que reina la estupidez, la hipocresía y la doble moral.

A diferencia de otros, cuando me siento delante del ordenador, las palabras que plasmo sobre la página en blanco son propias. No siento la necesidad de imitar, copiar o adoptar el punto de vista de mis ídolos literarios. Admito que adoro a Henry Miller, William S. Burroughs y Charles Bukowski. ¿Por qué me emperro en no imitar a nadie? La respuesta es muy sencilla: tengo una personalidad bien definida. Aunque el sistema, la familia, el trabajo, la sociedad y el mundo educativo han hecho lo imposible por convertirme en un borrego, me niego a aferrarme a una mentira para no terminar solo, enfermo y moribundo. No necesito agradar a nadie y mucho menos fingir ser otro para ser aceptado por la mayoría.

Me he criado entre matrimonios rotos, hijos desagradecidos, madres amargadas y esposos egoístas que solo se preocupaban por su propio bienestar, el bar de la esquina y el partido de fútbol de rigor. Puede que por ello piense que el matrimonio es una farsa: una cárcel sin barrotes de la que los reclusos no escaparían aunque tuvieran la oportunidad de hacerlo. En rededor, observo insatisfacción, hastío, culto a la superficialidad y la muerte del afecto. Aunque no me guste admitirlo, para sobrevivir tienes que actuar de idéntico modo; convertirte en un ser tan repulsivo como aquellos que conoces. Reconozco que hace un cuarto de siglo era mejor persona que ahora pero, las decepciones y sinsabores de la vida me convirtieron en un cínico individualista.

He ofrecido mi amistad a docenas de mujeres distintas, sin segundas intenciones, con todo el cariño y respeto del mundo. Cuando escucho el tópico «entre un hombre y una mujer no puede haber una amistad» rio con ganas. No soy un hipócrita que para conseguir un polvo, representa un papel. Para mí es mucho más importante tomar una cerveza, charlar un rato y pasarlo bien antes que intercambiar fluidos. ¿Por qué? El sexo está sobrevalorado; suele dar más problemas que satisfacciones. Vivimos en una sociedad chauvinista, llena de reglas absurdas pasadas de moda, que se niega a evolucionar. La gente se muestra liberal, moderna, librepensante y con amplitud de miras. Nunca me lo he tragado: la mayoría venderían el alma por interpretar sobre las tablas el mismo drama barato que representaron sus padres.

La amistad me causa sentimientos enfrentados. Cuando recuerdo a todas las mujeres a las que quise como a hermanas durante años, sonrío con sarcasmo. Exceptuando pocos casos, todas, al encontrar al noviete de rigor, desaparecieron del mapa sin dejar rastro. Sus cónyuges, como suelen ser más feos que pegarle a un padre, inseguros, estúpidos y pueriles, sienten celos y no les gusta que se relacionen conmigo. Mi consejo: «Ve a un psiquiatra, chaval, lo necesitas con urgencia». Cuando descubro que esa chica no me valora como yo a ella, que solo soy un accesorio para matar el tiempo, corto la película en seco. Tengo la impresión de que la gente ignora lo que significan conceptos como fidelidad, honor o compromiso. Siempre me he considerado un buen amigo, valoro a las personas, no actúo de forma sucia o rastrera, y pueden contar conmigo para lo que necesiten. Al parecer, no todo el mundo comparte mi punto de vista. Cuando aparece un plan mejor, sea cual sea, aquella mujer con la que traté durante tanto tiempo, leva anclas en pos de un matrimonio con un tipejo ridículo, una mascota y una hipoteca desorbitante. ¿Esto es lo que se espera que hagamos para que el país avance en la dirección correcta? Lo siento, señores, no contéis conmigo para realizar esta travesía.

Pondré un ejemplo: las chavalas con las que estudié en el instituto, las mismas que me trataron con indiferencia o desprecio, cuando me las encuentro por la calle, suelen estar recién paridas, con el cuerpo fofo, un churumbel en el carrito y el maromo con pinta de mongólico del brazo. ¿Realmente son felices? Sus rostros abotargados, llenos de amargura, pálidos y ojerosos, me dan miedo. Veo una vida decepcionante, discusiones, malos tratos psicológicos, noches de insomnio y depresiones de caballo. Los maridos: subnormales profundos con caras de simios, tatuados y winstrolados a reventar. ¿Acaso esperaban que pusieran el mundo a sus pies? Siempre dicen las mismas chorradas para justificarse: «Tengo pareja: no me interesa nadie más. No quiero hacerle daño tomando un café contigo. El pasado, mi antigua vida, no tiene importancia. Nunca salgo sola, cuando lo hago voy con él. A mi novio no le gusta que hable con otros hombres. Yo vivo en el presente, ya no es como antes, etc». Supongo que el primer año debió de ser muy emocionante pero, conforme pasa el tiempo, cuando rozan los cincuenta, llegan a la conclusión obvia de que han tirado su vida por el retrete. No experimento ninguna satisfacción, al contrario, lamento comprobar que no han logrado escapar del triste destino que vivieron la mayoría de nuestras abuelas. Lo importante es que al crío no le falte de nada, lleve ropa de marca, un móvil de última generación y asista a un colegio privado. Con suerte, se convertirá en un imbécil idéntico a su padre.

Resulta perturbador que, en pleno siglo XXI, las mujeres sigan aceptando vidas horrendas, dominadas por sus cónyuges, limpiando, cambiando pañales, haciendo la comida y lavando calzoncillos sucios, porque es lo que se espera de ellas. Todos los sueños, ilusiones y expectativas de las que se jactaron durante su juventud, cuando eran jóvenes y hermosas, se han esfumado por completo. ¿Era necesario pasar por toda esta porquería, caer en la vorágine que aniquila el presente, para encajar en lo “políticamente correcto”? Aquellos que defienden sus principios a capa y espada son los primeros en ofrecerlos a precio de saldo cuando la marea empieza a subir. Es una realidad que a nadie le gusta pero es la que tenemos. Me pregunto si vale la pena arruinar tu existencia con tal de formar parte del rebaño. ¡Claro, por supuesto, no me cabe la menor duda!

Hoy en día nadie aguanta a nadie. La gente se encuentra perdida. Especímenes que puedes encontrar en la calle: cultura cero, intereses básicos. Mujeres que van de liberadas por la vida y en realidad solo quieren a un zopenco que las mantenga. La generación de Sálvame: buscan el amor, pero siempre terminan con un cretino. Perdedores a los que no abandonan por el bien de sus hijos por qué piensan que el barco zarpó hace mucho tiempo y no van a encontrar nada mejor. Tradición española: una mujer no puede ser independiente, su labor es convivir con un macho, aguantar su basura y procrear a destajo. Con razón parecen diez años mayores de lo que son en realidad. La vida las ha tratado genial…

En mi mundo existen cuatro tipos de hombres: el chulo ibérico tradicional, el músico que toca en un grupo, el kinki de barriada o el alternativo que solo sabe pimplar birras y fumar porros en el sofá. Como de costumbre, me encuentro en tierra de nadie. Me considero un individuo con cierta cultura, trabajador, imaginativo y sensible. Por norma las pavas salen por piernas desde que abro la bocaza: no están acostumbradas a elementos como un humilde servidor; supongo que hay que pagar un precio por no entrar en alguno de los estereotipos anteriores. No necesito ninguna etiqueta o ningún movimiento para formar parte de algo. Me gusta no encajar en esta sociedad. Conclusión: totalmente inclasificable.

Con el paso de los años me he vuelto pragmático con las personas que quedaron atrás. No les guardo rencor, ninguno en absoluto, en realidad me importa un carajo sus vidas. Todas esas mujeres han sido como un best seller actual: terminas regalándolo para que no ocupe espacio en la estantería. Cuando coincidimos en algún lugar, saludo por cortesía y continúo adelante. ¿Para qué perder el tiempo hablando con gente que no me interesa? Los payasos, para el circo, por favor. No me apetece saber cómo se llevan con el inútil de turno, tienen deudas, han engordado o si sus retoños sacan buenas notas. Que tiren del yugo en el molino mientras yo paso de largo. Mírate al espejo y recuerda quién eras y en lo que te has convertido. Por cierto, no se te ocurra volver si las cosas van mal; la puerta está cerrada. La gente que actúa por el interés no mola. Si, nena, fue bonito mientras duró.

Unos versos de Linda prima de Solera de regalo:

Eras tan apasionada, tan ardiente al comenzar
nuestros juegos amorosos hace varios años ya
que me cogió de sorpresa que te vayas a casar
Linda prima con un hombre tan vulgar…

Detesto la nostalgia: no hay nada más contraproducente que mirar al pasado.

 

Autor:

Alexis Brito Delgado (Tenerife, 1980). Escritor, amante del cine y fanático de David Bowie, los Smiths, Iggy Pop, Nick Cave, Depeche Mode, la Velvet Underground, R.E.M. y The Verve, entre muchos otros. Autor de las novelas “Soldado de fortuna: Las aventuras de Konrad Stark” y “Gravity Grave”.

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1 Comentario

  1. sonia

    ????❤️?⚡️me encanto ?✍clarito ..

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