Una noche se me ocurrió una idea para una canción, pero allí estaba aquella mujer en la cama. En aquel momento me di cuenta. Era imposible. Tenía que ser una cosa o la otra. O ella o mi carrera… Fue entonces cuando compuse una de mis mejores canciones, “Down On The Street”. Me metí en un armario con el amplificador y toqué la melodía, muy bajito. Era un ritmo tribal, intenso, sonaba bien. Entonces quise pasar a la siguiente parte de la canción, pero pensé, «Oh, no puedo hacer ruido»… Salí del armario y la siguiente parte de la canción era un ruido inmenso, un acorde atronador. Le di un susto de muerte a la pobre. Pero estaba bien, tenía la canción acabada. Fue un momento divertido. Al final tuve que decirle que se fuera.
Iggy Pop
En un lejano 1998 fui al cine a ver Velvet Goldmine; película ambientada en el glam rock de los 70 que tomaba como modelos a David Bowie e Iggy Pop. Huelga decir que salí gratamente impresionado de la sala y, lo más importante, había descubierto a uno de mis futuros ídolos musicales: la Iguana de Detroit. En retrospectiva, admito que Ewan McGregor eclipsa al resto del reparto con su flamante interpretación de Curt Wild. Dos escenas para el recuerdo: 1) El festival en que un Brian Slade vapuleado por el público alucina con la actuación de Wild. 2) Gimme Danger imitando la era Iggy And The Stooges: pantalón color plata, descamisado y melena rubio platino. Frases para la posteridad: «Brian Slade era la elegancia caminando de la mano de una mentira», «Queríamos cambiar el mundo pero solo cambiamos nosotros», «Un hombre no es sincero cuando habla de sí mismo, dale una máscara y dirá la verdad». Tuve que quedarme hasta que terminaron los créditos finales para descubrir los títulos de las canciones. ¿Quién no lo hubiera hecho?
Fascinado por la película, compré por correo Funhouse de los Stooges. Nunca olvidaré la primera vez que escuché el álbum: me quedé con la boca abierta, los ojos abiertos como platos y el corazón a mil por hora. “¡Dios! ¿Qué demonios es esto?”, pensé. Si tuviera que elegir un símil sería el de perder la virginidad con una tía borracha en un solar lleno de escombros, jeringuillas y coches desguazados. El sonido era crudo, salvaje, visceral, sucio y lleno de rabia hacia el mundo. A partir de aquel momento empecé a coleccionar los discos de Iggy Pop obsesivamente (recordemos que no había Internet) y me convertí en fan acérrimo suyo. De Iggy al punk neoyorkino solo restaba un paso.
Gracias a una colega caída en combate (esas mujeres que crees que son amigas y cuando encuentran un noviete ridículo desaparecen del mapa para siempre) me interesé por la Velvet Underground, los New York Dolls, los MC5, los Dead Boys y los Dictators. Había descubierto nuevos horizontes musicales que posteriormente se enriquecerían con Patti Smith (mi cantante femenina favorita), Television, Talking Heads, Ramones, Lou Reed (en solitario no está mal), Richard Hell & The Voidolois, Wayne County, Suicide, los Heartbreakers y un largo etcétera. Cuando adquirí Por favor, mátame: La historia oral del Punk escrito por Legs McNeil y Gillian McCain, descubrí la Biblia, la auténtica historia del movimiento que, para bien o para mal, se convertiría en un ridículo circo mediático propiciado por los cachorros de Malcolm McLaren.
Leer aquel libro de entrevistas cruzadas fue increíble: reí, aluciné, disfruté y me horroricé por el destino de muchos
de aquellos genios que fueron víctimas de los excesos y las drogas (Johnny Thunders sería el ejemplo perfecto para ilustrar mi teoría). Todos daban su opinión: productores, músicos, roadies, poetas, pintores, managers, periodistas, groupies, escritores, etc. Resulta desconcertante la cantidad de gente que aportó su grano de arena oculta en las catacumbas de la Historia.
Hace una semana tuve la suerte de descubrir CBGB (Randall Miller, 2013). El nombre de la película no me resultaba desconocido: era el garito de mala muerte donde la mayoría de las bandas que he mencionado hicieron su debut sobre las tablas. Llevaba esperando por ella toda la vida, ¿para qué voy a negarlo? Mientras escribo estas palabras estoy escuchando a Richard Hell y me choca cómo el punk británico se apropió de su imagen (cabello de punta, pinta desastrada, camisa rota) para convertirlo en una marca de fábrica aderezada con anarquía, caos e imperdibles. He conocido a unos cuantos punks durante los últimos años (fanáticos de Blink-182 y Green Day) y la mayoría desconocen que en las alcantarillas y callejones mugrientos de Nueva York surgió el germen que copiaron descaradamente los Sex Pistols.
Debo reconocer que mis gustos musicales no han cambiado demasiado durante el último cuarto de siglo. ¿Qué necesidad tengo de hacerlo? Mi filosofía es muy simple: batería, bajo, guitarras y un cantante con cojones. Siempre me atrajo el amarillismo del rock y en Por favor, mátame conseguí un filón inagotable. Por fortuna, ha vuelto a ser reeditado por Libros Crudos y las nuevas generaciones pueden acceder al mismo como yo lo hice en su momento. Imagino a chavales solitarios devorando sus páginas, aprendiendo un montón de cosas nuevas, nutriéndose de la auténtica esencia del Rock And Roll. Sí, señores. La música salva de una vida gris, monótona y rutinaria. Te hace elevarte sobre la realidad, trabajos mal pagados, problemas personales y los imbéciles que abundan en todas partes.
Una lista de álbumes para los no iniciados:
The Velvet Underground – The Velvet Underground And Nico
The Stooges – Funhouse
MC5 – Kick Out The Jams
New York Dolls – New York Dolls
Suicide – Suicide
Wayne County – Storm The Gates Of Heaven
Ramones – Ramones
The Dead Boys – Young, Loud And Snotty
The Dictators – Go Girl Grazy
Television – Television
Blondie – Parallel Lines
Patti Smith – Horses
Talking Heads – Talking Heads: 77
The Heartbreakers – L.A.M.F.
Richard Hell & The Voidolois – Blank Generation
Autor:
Alexis Brito Delgado (Tenerife, 1980). Escritor, amante del cine y fanático de David Bowie, los Smiths, Iggy Pop, Nick Cave, Depeche Mode, la Velvet Underground, R.E.M. y The Verve, entre muchos otros. Autor de las novelas “Soldado de fortuna: Las aventuras de Konrad Stark” y “Gravity Grave”.
Olé, con un par. Gran artículo.
Lo que me preocupa es que yo conocí a Iggy Pop en 1990 cuando sacó el espléndido Brick by brick. Me lancé a buscar su discografía y la de Bowie. Pude verlos un par de veces a ambos a mediados de los 90 en perfecto estado de forma. De todo aquello hace ya 20 años, nos hacemos viejos. Bowie ya no está e Iggy empieza hablar de retirada. Al menos siempre nos quedarán sus discos.