SARRSer corresponsal de guerra es uno de los oficios más duros que existe. No ya por el hecho de tener que desempeñar tu trabajo escoltado por el sonido infernal que emite la maquinaria militar, sino por  tener que hacer un constante ejercicio lúcido de imparcialidad cuando uno ve con sus propios ojos cómo la propia condición humana impera tomando la forma de brazo ejecutor de la muerte. La editorial Malpaso nos presenta la visión de la Guerra de Bosnia a través de los ojos y la pluma de Alfonso Armada, antiguo corresponsal del diario El País en el momento de la contienda, y hasta hace unos meses adjunto al director del periódico ABC. Nacido en Vigo en el año 1958, antes de ser enviado a los Balcanes, ya había sido corresponsal en las guerras civiles acaecidas en Ruanda y la República Democrática del Congo así como en Angola, Liberia y Mozambique. Con semejante currículum, pocos mejores que el periodista gallego para hablar del asedio a la ciudad de Sarajevo, la capital de la República de Bosnia-Herzegovina. De los muchos episodios cruentos que se sucedieron en la península durante la Guerra de los Balcanes, la de Bosnia fue, sin lugar a dudas, el símbolo no ya de un conflicto étnico, político y religioso gestándose desde la muerte de Tito, sino el enésimo fracaso de la comunidad internacional ante casi todos los retos que se les han planteado.

Armada, a través de una prosa sencilla y por momentos poética, recupera las crónicas que en su momento escribió para el diario propiedad del grupo PRISA durante el tiempo que ejerció su labor en la zona, así como sus diarios íntimos. El vigués, a través de poco más de doscientas página, lejos de preguntarse sobre la naturaleza de la guerra, reflexiona sobre la necesidad de la ecuanimidad que ha de tener un periodista cuando es testigo ocular de violaciones masivas de derechos humanos. Para él, escribir, tal y como relata en cada uno de sus diarios, es una forma de acercar el periodismo a todos los activos de la sociedad. A menudo incurre, ciertamente, en un idealismo un tanto romántico; pero cuando tus únicos refugios son tus cuadernos de notas, el miedo o compañeros que quizás no vayas a ver al día siguiente por los avatares que rodean a todo conflicto bélico, uno ha de tener su propia ventana sobre la que prefigurar un mundo donde refugiarse del horror y la barbarie. Así las cosas, Armada, con una brillante exposición de los hechos, nos comenta cómo el corazón, el más visceral de nuestros órganos, es capaz incluso de forjar verjas hermosas en tiempos de decadencia. Admirable ver cómo, dejando de lado esa melancolía y ese pavor que producen tanto la soledad como el desencanto con el mundo exterior e instituciones como la OTAN, la Unión Europea y Naciones Unidas, es capaz de dibujar con sus recuerdos la imagen de una Sarajevo que fue siempre el principal nexo cultural de los Balcanes con Europa y los vestigios del antiguo Imperio astrohúngaro.

Ciertamente, atacar la capital de Bosnia tenía una connotación estratégica importantísima. En el concepto de limpieza étnica que Milosevic y Karadzic querían llevar a cabo, sojuzgar un país que siempre había sido el equivalente de la ciudad de Toledo en los Balcanes, con su confluencia de inmigrantes musulmanes, judíos, así como serbios y croatas, constituía un elemento fundamental para la construcción de esa perversa Gran Serbia que querían llevar a cabo. El periodista vigués reflexiona lúcidamente sobre la inacción de las citadas instituciones, la tibieza mostrada con los máximos dirigentes de Yugoslavia y la República Sprska -¿cómo no recordar a Javier Solana, secretario general de la OTAN, tan diplomático y complaciente con el propio Milosevic? ¿Cómo  borrar el oprobio y la ignominia que supuso para la comunidad internacional la escalofriante matanza de Sbrenica, donde ocho mil refugiados bosnio-musulmanes fueron asesinados en una zona que controlaban los cascos azules holandeses y que la propia Naciones Unidas declaró como  segura?- y, en resumidas cuentas, el silencio cómplice de todos aquellos destinados para velar por la seguridad de la población civil y que fueron instrumentos en manos de los de siempre.

Sin embargo, Alfonso Armada es capaz, todavía de hacer retratos absolutamente conmovedores, elogiando y ensalzando la capacidad de lucha y sacrificio de los bosnios y su incesante búsqueda de la dignidad y la normalidad incluso cuando las agresiones sexuales, las restricciones de agua potable y de alimentos eran alarmantes. La crónica en la que habla del Teatro de Guerra de Sarajevo, con esos actores fuertes y persistentes en la labor social y moral que ha de cumplir el arte en defensa de los derechos y las libertades y el compromiso asumido con aquellas personas que, sorteando los francotiradores, buscando puntos en los que resguardarse del estallido de las bombas, de los restos de metralla, aún conservaban el deseo de asistir al teatro -en un gesto que Samuel Beckett habría aprobado con una sonrisa-, directamente desgarran el corazón. Sarajevo fue el puñal de Europa durante los noventa; y el periodista nos lo narra con maestría.

Su visión del periodismo, reluctante con la visión ideológica que sus compañeros de oficio tienen de éste, considera que la misión de alguien que ejerce ha de ser contar los hechos y no caer en  el fariseísmo de una prensa que, a día de hoy, contamina ideológicamente más que informar, en muchos casos . Desgraciadamente, son muchos los antiguos periodistas o veteranos ya del gremio -como Reverte o Gregorio Moránquienes han criticado duramente cómo los medios de comunicación, lo mismo cumplen una función esencial controlando la labor del poder ejecutivo que con su estupidez y sectarismo, desmochan la pluralidad para ejercer de vocingleros de quienes gobiernan o de las empresas. Periodista de raza, dignifica a la perfección la labor que Ernest Hemingway con Adiós a las Armas y Por Quién Doblan las Campanas, Ryszard Kapuściński o Truman Capote hicieron en su momento. Elogiable la capacidad de síntesis, su compromiso con la libertad, y cómo nos enseña que, obviando el miedo, el amor es el motor del corazón, y que el recuerdo de una persona que nos esté velando en la distancia en ese preciso momento en que acometemos empresas de gran magnitud, nos aleja del corazón esa angustia y opresión para sentirnos más vivos. Excelente libro y excelente la editorial, mostrando también su compromiso con la defensa de los derechos humanos, civiles y políticos.

by: Alex Palahniuk

by: Alex Palahniuk

Veinticuatro años. Estudiante de Derecho, amante de la música, la literatura, el ensayo y apasionado de la escritura.

2 Comentarios

  1. Alfonso Armada

    Querido Alex:

    Muchas gracias por tus generosas palabras. Solo un par de precisiones: cubrí la guerra de Bosnia antes de viajar a África y ser, durante cinco años, corresponsal para África de El País. Lo que ocurre es que publiqué primero, hace más de quince años, mis Cuadernos africanos. Y no soy director adjunto de ABC, fui hasta hace unos meses adjunto al director. El orden de los factores sí altera el producto. En cualquier caso, de nuevo, muchas gracias,

    Alfonso Armada

    Responder
  2. Boris Estebitan

    Excelente periodista, buen articulo, genial que colegas defiendan los derechos humanos, saludos.

    Responder

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