Me comentaba la responsable de Déjame Decirte , Natalia Talayero -alguien que hace uso de tiempo, uñas, dientes y bolsillo para difundir el rock de calidad en España- el cómo hacía tiempo que se había perdido la posibilidad de descubrir interesantes bandas en festivales. Lo cierto es que comparto su descontento ante la costumbre de invertir en Iron Maiden o Metallica y rellenar cartel con pequeños logotipos de menor reclamo comercial, de dudosa calidad en muchas ocasiones. No estamos solos, y el ambiente del Dock Festival lo demostraba. Y aunque nos gustaría haber sido más, entre nosotros nos arropábamos.
Es evidente la facilidad de cuidar los detalles cuando el aforo es reducido; así, mientras en Sonisphere’s y similares uno se siente tratado como ganado, en un escueto recinto como el del Dock Festival, con un par de barras, un puesto de merchandising y un escenario que daba la espalda al atardecer, se suplen las necesidades del público con creces. Además, el sonido rozó la excelencia durante todas las actuaciones: aseguro que a cien metros de llegar, dí por hecho que lo que escuchábamos era el hilo musical previo a los conciertos.
Nada más lejos de la realidad, pues dado lo reglamentaria que fue la puntualidad, desde las 6 de la tarde ya sonaban Empty Bottles (http://theemptybottles.bandcamp.com/), con un plantel de músicos excelente, sonando perfectamente equilibrados a través de los bafles, algo inusual para el grupo encargado de abrir el festival. Primer descubrimiento de la jornada, un divertidísimo rock de tintes vintage, con teclado jazzístico y algo de viento que otorgaba al conjunto un delicioso toque festivo. Inmejorable primera toma de contacto. Un sonido tan nítido y un volumen tan apropiado uno no lo suele esperar en conciertos de este tamaño. Sobresaliente para el equipo técnico.
Era lo suficientemente temprano cuando irrumpieron Los Tiki Phantoms como para que los rayos del sol nos deslumbraran por encima del escenario aún, pero el grupo catalán ofreció un show tan divertido como una buena comedia ochentera sin que el calor les importara. La banda de surf rock compensa su propuesta instrumental con un espectáculo visual ininterrumpido cargado de humor, poses y acertados comentarios. Sus disfraces y el continuo guitarreo se funden en un resultado que roza lo histriónico, llegando a su punto álgido ordenando a algún despistado del público que iniciara una “tiki-conga”. Se negó, por lo que bajista y guitarra bajaron del tablado en su busca. El susodicho, obligado por la presión social -y la de dos tipos disfrazados con máscara esquelética- inició una conga secundada por la mayoría de los presentes. Uno se cree que lo ha visto todo hasta que le invitan a unirse a una conga en medio de un show. El concierto más divertido del festival, sin atisbo de duda.
Sorpresón el que dieron The Delta Saints. Les precede una buenísima reputación y, aun así, nos quedamos a cuadros con sus enérgicas interpretaciones, excelente ecualización y esa actitud blues-rockera deliciosamente acorde con su imagen. Desde que arrancaron con “Liar” presenciamos cómo sus composiciones de estudio son llevadas al directo con fidelidad milimétrica. Una vez te acostumbras a que algunos de sus miembros lleven los pies al descubierto, es muy fácil dejarse llevar por su pantanoso blues rock, lleno de juguetones slides, estribillos a corear y geniales líneas vocales. Una banda joven que te lleva de viaje a la américa profunda, dignos relevos de los veteranos del cartel. Ofrecieron un show de primera que elevó la calidad del festival al nivel de la excelencia.
Las estrellas nacionales ElDorado disponían de poco más de una hora para mantener el listón. Lo hicieron a golpe de improvisación al inicio del show y sus temas más potentes durante el desarrollo. Sacaron a relucir sus versiones de “Somebody To Love” y “I Don’t Need No Doctor”, junto con sus singles “Reactor”, “Another Bright Sunday”, y otras grandes canciones como “Atlantico”. Al inicio la ecualización no fue la mejor. A Jesús no se le escuchaba mientras tocaba el teclado; su voz no brilló a plena luz hasta la mitad del show, lo que empeoró levemente la sensación final, si bien instrumentalmente se mostraron brillantes. No disfrutaron del mejor horario, y es que los presentes trataron de calmar el ruido estomacal siguiendo el rastro olfativo de barbacoa del exterior. Por consiguiente, se entregaron a la mitad del público total, entre el que figuraban cierta cantidad de acérrimos fans, quienes se mostraron satisfechos. Dieron la talla, aunque para mi gusto, funcionan mejor en sala y escenario propio.
Era el turno de los veteranos, pero supongo que debido a problemas logísticos, hubo un cambio en el horario y salieron a escena The Steepwater Band en su lugar. Sin palabras. Me habían informado de que ofrecen unos 160 conciertos al año, pero no imaginaba lo absolutamente impresionante que es el funcionamiento de estos tipos sobre las tablas. Si bien su blues pesado no me vuelve loco en estudio, lo que hacen en directo recuerda a la contundencia de Black Sabbath con la precisión de una buena banda de jazz. Como un reloj suizo. El cansancio comenzaba a hacer mella, pero ante lo impresionante de su show sin aderezo escénico alguno resultó imposible no levantarse y cabecear al ritmo de un blues puro y pesado como el acero, a volumen brutal, construído a base de electricidad sobre una base rítmica meteórica. Objetivamente, fueron lo mejor de la jornada, no en vano el público pidió un imposible bis a gritos.
Tampoco esperaba que unos músicos de setenta años, con un joven y enérgico guitarrista y vocalista al frente sonaran tan potentes. El show de Ten Years After se vio afectado por el desgaste del público a tan intempestivas horas, retraso en el montaje, y constantes problemas de equipo al principio, los primeros realmente palpables en todo el festival. No impidió que duelos de guitarra y teclado nos dejaran con la boca abierta en temas como “King Of The Blues”. Tampoco nos quedaron dudas de que aún, por suerte, la edad les permite ofrecer lo mejor del blues rock de los sesenta a un nivel digno. El cuarteto se movía sobre el escenario como si aquel fuera el salón de su casa. Su contundencia no fue tan estampídica como la de sus predecesores, pero por supuesto, a los veteranos se les perdonaba todo. Dieron toda una clase magistral de clasicismo en la que dejaron claro que ellos son expertos en lo difícil: hacerlo simple. El perfecto broche de veteranía a un novel festival.
Nos fuimos de allí exhaustos, pero también nos sentíamos felices. Contentos por haber disfrutado de un buen puñado de horas de rock clásico en condiciones dignas de los fans incondicionales que somos. Gran sonido, colas de dos minutos de espera, precios asequibles y ninguna aglomeración. Un cartel intergeneracional lleno de calidad, descubrimientos por doquier y varios conciertos para el recuerdo. Sorpresas, y ninguna decepción real. Pero sobre todo, ganas y esperanza de que el año que viene tenga continuación.
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