Me vais a permitir que no me enrolle demasiado contando mi historia de amor con el heavy metal, que lleva camino de cumplir 34 años, porque seguro que no difiere demasiado de la de mayoría de vosotros, al menos los que ya calzáis bastantes años machacando vuestros oídos antes de la revolución tecnológica que significó internet. Ya sabéis, en el colegio alguien aparece con alguna camiseta de Maiden o similar, algún parche en la chupa vaquera, fotos recortadas en las carpetas. Agudizas el oído a sus conversaciones con otros de las misma características porque te sientes atraído por lo que cuentan, de lo que hablan. Siempre hay un hermano mayor, o en mi caso, el hermano mayor de un amigo del colegio, que cuando iba a su casa, siempre tenía algún disco puesto, y te vas dando cuenta, casi de manera instantánea, que tu relación con esa música, dura, potente, contestataria, es amor al primer sonido. Comienzas a reunir pasta y un día te enfrentas a un estante lleno de discos, cuentas las monedas y comprendes que ha llegado el momento, que tienes bastante para comprar tu primer disco entre un mar de portadas que te contemplan. Ya no hay vuelta atrás, al menos en algunos casos. Conozco gente que pasaron directamente de los 25 años a los 60, pero eso es otra historia, una canción triste de Hill Street.

Mi primer disco fue «Unleashed in the east» de Judas Priest, y os estoy hablando del año 84 (cuando lo compré,no cuando se editó). Así que a pesar de que mi panteón de dioses sonoros ha crecido desmesuradamente con el paso del tiempo, he ido abriendo las puertas de mi Olimpo personal a todo aquel capaz de emocionarme de distintas maneras con sus canciones, Judas Priest siempre tuvo, tiene y tendrá un lugar especial, la primera vez no se olvida. A mi que el tiempo me ha ido aportando canas, mala leche y una alta dosis de «me la suda», me enfrento a los discos con la máxima de que sean capaces de hacerme sentir, no necesito mi maná particular y esa obra fundamental que me cambie la vida, eso se lo dejo al día a día. Y si, tengo en mis manos el nuevo disco de Judas Priest, «Firepower», una banda por la que siento una devoción especial, porque sus guitarras son parte fundamental de esta historia llamada heavy metal. Un disco de sabor agridulce, porque si bien me inyecta su veneno directamente a mis saturadas venas, por otra alcanzo el dolor de saber que Glenn Tipton ya no volverá a ser. Y es que Judas es especial por esa dupla Tipton/Downing. El segundo, abandonó el barco hace tiempo y fuimos capaces de superarlo con melancolía y nostalgia, pero no se si ya será posible sin la segunda parte del mágico dúo.

Pero me centro en el disco y lo disfruto como todas las cosas que me dan placer en esta vida, egoistamente a través de mis auriculares, compartiéndolo con toda la vecindad subiendo el volumen de mi atormentado equipo de música. No se si será el final, un nuevo comienzo o una disimulada continuación, pero «Firepower» es un auténtico puñetazo en la boca del estómago, una erección a destiempo que se disfruta con malicia y picardía. Halford vuelve a estar descomunal (vale, que los estudios hacen su trabajo, pero eso también forma parte del negocio, amiguetes) y las guitarras mandan durante toda la grabación a pesar de que al gran Tipton, ya las manos no le conseguían reconocer totalmente todo lo que su cerebro destilaba a borbotones. El disco lo abre ese ataque frontal llamado como el propio disco, reviviendo el espíritu «Painkiller» y con un Richard Faulk que se ha involucrado perfectamente en el espíritu de Judas Priest. Por supuesto no se puede dejar fuera a esa máquina infernal de ritmos que es Scott Travis, ¡madre mía!.

Ojo al riff de «Lightning strike», a la entrada de Halford, ese ritmo machacón, abro la ventana y grito el jodido estribillo ante la mirada atónita de los transeúntes. ¡Como me gusta «Evil never dies»!, sabor a los Judas Priest ochenteros, Halford tiene mucha culpa de ello, esa voz es como una jodida cuchilla, británica, claro está. Baja un poco la velocidad y la potencia el medio tiempo «Never the heroes», una canción que parece heredar la historia de un disco como «Turbo». Sonido pesado, muy heavy para «Necromancer», quizás de las que menos me convence del disco, porque prefiero a esos Judas Priest renacidos a base de poder y fuego. «Children of the sun» marca la mirada hacia un sonido más clásico, más propio de los setenta, esa forma de entender el heavy metal no tanto como por la velocidad y si por la potencia del riff y ese sonido más lento pero igualmente endiablado. No os perdáis esa parte central lenta que suena maravillosa.

«Guardians» es una breve y deliciosa pieza a piano que sirve como introducción a la abrumadora «Rising from ruins», épica, creciendo continuamente, una grandísima melodía vocal y un duelo de guitarras de altura. Va acabando el disco con la fuerza de «Flame thrower» y ese himno metalero llamado «Traitor». No se que deparará el destino, que camino decidirá tomar la banda pero pase lo que pase, nos han dejado otro gran disco en su discografía.

 

JUDAS PRIEST – FIREPOWER (2018)

by: Carlos tizon

by: Carlos tizon

Licenciado en el arte de apoyar el codo en la barra de bar. Comencé la carrera de la vida y me perdí por el camino, dándome de bruces con el rock and roll. Como no pude ser una rock star, ahora desnudo mi alma cual decadente stripper de medio pelo en mi blog, Motel Bourbon.

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