Mi historia con las bandas tributo es variopinta. Sí, en Finlandia enloquecí con un cuarteto que se hacía pasar por Nirvana, vi a señoras y chavalas emocionándose por igual escuchando la Sweet Child O’ Mine que salía de los dedos de la banda tributo a Guns N’ Roses y flipé en colores con los camaleónicos Brit Awards cuando versionaban a Muse, Coldplay, Franz Ferdinand y otros grandes de la música británica del momento. No termina ahí, porque este año en Irlanda conocí a la reencarnación de Jim Morrison en un pub irlandés que se convirtió en un espacio onírico durante varias horas y me sentí algo mayor con los Red Hot Copy Peppers y sus versiones descafeinadas.
Es un camino que decide tomar un músico devoto a una banda con la frustración de no sentirse capaz de escribir canciones que superen el trabajo de sus ídolos. A pesar de que a veces puedas tener la sensación de estar presenciando un cadáver musical con peluca, divierte a la gente y les transporta a recuerdos que creían olvidados. Así nacen bandas tributo como Brit Floyd, que se personó el miércoles en el Barclaycard Center de Madrid con un cerdo gigante volador y el eslogan de ser el show tributo a Pink Floyd más grande del planeta.
Al margen del caballero de pelo oxigenado y moreno de albañil que esperaba la llegada de los músicos tumbado en la pista junto a un mini de cerveza marcándose un solo de air-guitar cuan ataque epiléptico a cámara lenta, poco queda de aquel destape mental acelerado con LSD de la década de los 70 que retrató tan bien el cineasta Jean-Marc Vallée en el film C.R.A.Z.Y. hace once años. Las camisetas negras con el símbolo de The Dark Side of the Moon apenas disimulaban las canas y la alopecia, pero también se dejó ver un tímido sector veinteañero entusiasmado con el rock progresivo de Nick Mason, Roger Waters y compañía.
Fue un espectáculo de luz y sonido que cumplió su función durante casi tres horas de concierto a pesar de que al finalizar el mismo salió la típica frase entre el público de que “se han dejado muchos temas”. El Barclaycard Center llenó la mitad de su pista con melómanos que levantaron la voz y los brazos especialmente con temas como Another Brick in The Wall, que despertaron el espíritu reivindicativo de aquel hombre que salía de cambiarle el agua al canario gritando, “¡hay que romper el muro!”.
La puesta en escena fue algo teatral con imágenes en la pantalla circular que alimentarían la psicodelia de los sueños que tendrían esa noche los allí presentes y con recursos como el cerdo gigante que se asomaba enloquecido desde el costado de uno de los escenarios mientras la banda daba el resto con Pigs (Three Different Ones), así como la inmensa bola de disco que hicieron brillar al final del show. Brit Floyd son un grupo de ingleses que sabe muy bien cuidar la ingeniería del sonido de sus ídolos sobre el escenario. Damien Darlington, el director musical de este proyecto, logró que los fans más puntillosos asintieran satisfechos al escuchar sus solos de guitarra, mientras que el percusionista sacaba pecho cada vez que se colocaba en el centro del escenario para deleitarnos a todos con su saxofón en temas como Us and Them y Money.
Sin duda, uno de esos momentos que hacen que merezca la pena mover el culo y abrir la cartera por la música en vivo fue cuando Ángela Cervantes, nuestra embajadora española en este tour mundial de Brit Floyd, se llevó el mayor aplauso y vítores del público aguantando como una reina los altos picos vocales de The Great Gig in the Sky. De esta manera, el espectáculo llegaba a su fin con las monedas y las guitarras tapadas de Money para finalmente alzar algún que otro mechero encendido con Wish You Were Here.
Pocas posibilidades existen de presenciar un espectáculo en vivo que resucite de una manera tan notable los clásicos de una banda que ha influido tanto en la historia del rock. Grupos contemporáneos como Muse y Radiohead siguen bebiendo consciente e inconscientemente de aquel prog-rock que tantas camisetas y pósters vendió con el símbolo de un triángulo y un arco iris. El trabajo más reciente de Pink Floyd fue aquel CD de música ambient que grabaron en 2014 titulado The Endless River sin la colaboración de Roger Waters, por lo tanto, recomiendo este show a todo aquel que quiera revisitar una paleta de clásicos que van desde aquella intro de guitarra melódica y sintetizadores en Shine On You Crazy Diamond hasta la psicodelia de Run Like Hell.
Yo tuve la suerte de crecer con esta música. El recuerdo más lejano que tengo es el de manosear con mis diminutas manos la preciosa edición en Compact Disc de Pulse y los vinilos de Pink Floyd que siempre descansaban en los mejores muebles de mi casa, pero sigo soñando despierto con aquellos viajes nocturnos en el asiento trasero del Ford Scorpio azul que mi padre llenaba de música cada vez que hacíamos una ruta larga. ¡Viva el rock-padre, señores!
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