Contrariamente a la del protagonista de la noche, la música de Willie B. Planas no es de fácil digestion. Allí plantado, guitarra en mano, con el propio Zinnard improvisando a la batería, recitó sus canciones de autor en el sentido más estricto de la palabra. Sin embargo, el sonido de sus armónicas cautivó a los pocos presentes que, al menos, eran respetuosos, cosa que se echa de menos. El silencio imperante ayudó a encajar las piezas de un músico que se desnuda a base de canciones frente al público, sin trucos ni cortes de montaje. Durante media hora se mostró cordial, natural y apasionada; lo que vimos, es lo que es.

Lo de Paul Zinnard, sin embargo, es otra cosa. Es fácil dejarse llevar por su rock dylaniano, por esos ritmos pegadizos y la sencillez de su personalidad. Es fácil porque, ver a Paul Zinnard subirse al escenario y comenzar a interpretar con el corazón, es parecido al día en que descubres que el que es tu mejor amigo desde hace unos años, sabe tocar la guitarra y cantar muy bien. Sorpresa.

Se nos ganó sólo con el primer «You Never Get What You Want» a pecho descubierto, sin músicos secundándole y sonando cristalino. La segunda sorpresa llego cuando sólo aparecieron teclista y batería, algo que no esperábamos. Las canciones estallaron en forma de trío mucho mejor de lo que esperábamos. De nuevo, Zinnard junto a los músicos que ya nos dejaron con la boca abierta hace algunos meses, salieron por la puerta grande. «Bueno, vamos a tocar rock and roll; me estaba viniendo arriba», y entonces comenzó lo de verdad.

Su rock de corte americano, de voz sencilla, estrofas rítmicas, y tan propicio a las improvisaciones que las canciones jamás suenan iguales, se percibía preciso como un reloj. Los solos de teclado sustituyeron a los de guitarra, a los que Paul dejaba paso entre tramos instrumentales de canciones como «John and Claire», «All Around the World», o «Red Or Blue», todos ellos de corte clásico, de justificada esencialidad. Y marcando las pautas, un batería de los que demuestran en la práctica que los solos no son los que miden la calidad del percusionista.

El punto álgido, esa interpretación que no se olvida, la canción que debería cerrar sus conciertos: «Away From Home». Los aplausos fueron más ruidosos que mis latidos, y deberían tener más peso crítico que mis palabras. Creo que es su mejor canción, y la que en directo despertaría al más desanimado. Bravo.

La hora de concierto se hizo exageradamente escasa. Pasó volando. Olía a restricciones horarias de la sala, pero dolió decir adiós tan pronto. Para entonces, el bueno de Paul bajo del escenario con la misma naturalidad con la que subió: a agradecer y saludar; todo humildad.

Ya lo dije hace una semana. El rock and roll vive aquí, en estos clubes subterráneos, en el seno de las bandas que se han dejado el culo ensayando para ofrecer lo mejor de sí a decenas de personas. Lo de los estadios es más espectáculo que música. Esto es al revés, y se agradece. Espero que nos veamos pronto. Necesitamos más conciertos así.

by: Edgar

by: Edgar

A la música le dedico la mayor parte de mi tiempo pero, aunque el rock me apasiona desde que recuerdo, no vivo sin cine ni series de televisión. Soy ingeniero informático y, cuando tengo un hueco, escribo sobre mis vicios. Tres nombres: Pink Floyd, Led Zeppelin y Bruce Springsteen.

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