Bien, veamos. Glenn Hughes, niño prodigio desde que era bien joven. Ecléctico en sus gustos y, sobre todo, dotado de una voz espectacular y distinta.  A nadie debería escapársele el hecho de que hay artistas que se hacen a sí mismos a través de maratonianas jornadas de trabajo y luego están los que, dotados de un aura celestial, parecen haber sido tocadas por las musas de Apolo para el ejercicio de las artes. Él pertenecia a los segundos.

Su carrera con Trapeze, lejos de recibir un impacto mediático considerable -lo mismo podríamos decir de los Elf de Ronnie James Dio, los Montrose de Hagar o los Samsom de Bruce Dickinson-, sirvió de trampolín necesario para que, con la edad de veintitrés años, fuese llamado a filas y ser parte de una de las formaciones más espectaculares de la historia: la MK III de Deep Purple. Todos sabemos cuál fue el devenir de ese combo al que le precedía toda una constelación de grandes trabajados editados tanto en estudio como en directo; Blackmore, fiel a esa intransigencia que casi logra enterrar a la banda musical y comercialmente en numerosas ocasiones, veía con malos ojos cómo el dúo formado por Coverdale y Hughes hizo virar el timón de la banda hacia una amalgama -sensacional, por otra parte – de sonidos donde la música negra, especialmente los ritmos de música funk y soul, dominaban el ecosistema musical de grandiosos discos como Stormbringer, Burn y Come Taste The Band.

Todo el mundo sabe cómo acabó aquello: los británicos decidieron darse un tiempo que se prolongó hasta que la MK II decidió reagruparse y lanzar su nueva andadura con Perfect Strangers en 1984 hasta que los mismos problemas que les acuciaron en el pasado, revisitaron cada una de las sesiones de su nuevos trabajos en forma de tormentos ya conocidos, impidiendo que cada uno diese el máximo de potencial individual. Nos hemos ocupado sucintamente de Purple. ¿Qué fue de Hughes una vez salió de aquella banda? Su carrera musical, desgraciadamente, estuvo durante muchísimo tiempo subordinada a las veleidades del artista inglés con sus adicciones a las drogas. El talento seguía intacto; y esa voz sensual y sugestiva, enardecida por unas composiciones eclécticas de un artista que poseía un directo demoledor, brillaban con luz propia, adquiriendo su autonomía y razón de ser: se ganó a pulso no anclarse en su estatus de miembro de una de las mejores bandas de la historia. Consiguió una relación orgánica con el hard rock y consigo mismo y aquello lo proyectó en grandes trabajos y directos durante los ochenta.

Sí es cierto que los noventa fueron duros: una vez más, el consumo de drogas minó la estabilidad musical y emocional de un músico que, al igual que muchos coetáneos suyos, buscaba reafirmar o buscar una identidad musical acorde con una década que se cobró varias víctimas debido al inmisericorde paso del tiempo. Álbumes como From Now On, Feel y Addiction, pese a contar con los sellos distintivos que hicieron del de Sttafordshire uno de los grandes genios del rock, no funcionaron todo lo bien que se esperaba y no refrendaron esa ‘resurrección’ de ‘la voz del Rock’ en el sensacional Face The Truth de John Norum de 1992. El nuevo milenio, en consonancia con el revival de hard rock que hubo en las postrimerías de la década pasada y comienzos del nuevo milenio, se encontró a sí mismo y, especialmente, a un público que buscaba ver cómo aquellos que fueron cola de león en épocas pasadas, recuperasen el brío que les impulsó al estrellato.

Songs of the Key of Rock y Soul Mover, lanzados en el 2003 y 2005 respectivamente, nos trajo a un artista renacido que sí entendió cómo funcionaba el mercado actual. Rodeándose de una serie de músicos ya consolidados y que, en cierto modo, adquirieron sus habilidades musicales escuchándolo a él, como fue el caso de Chad Smith y Flea, consiguió pergeñar un sonido moderno sin renunciar a su credo musical. Y bajo esas premisas, entramos en Music For The Divine, su trabajo de 2006: un compacto muy bien recibido por crítica y público y que mostraba a un músico cómodo en su nueva faceta y donde las reminiscencias de sus héroes de juventud -Stevie Wonder, Ike y Tina Turner, James Brown y un largo etcétera- aparejan, una vez más, unas composiciones efectistas a la par que sencillas donde reluce una vez más. Acompañado de unos músicos solventes, consigue que a lo largo de sus once temas sintamos esa sensación de paz y energía espiritual que atesora a día de hoy.

Composiciones como «The Valiant Denial» -excelente simbiosis entre psicodelia, funk y hard rock, «Movin On» y «Steppin On» muestran la solidez no sólo del maestro, sino también de los instrumentistas que le acompañan. El trabajo de Chad Smith, quien por aquel entonces se encontraba bosquejando lo que sería el proyecto de los fallidos Chickenfoot, es sensacional,  desplegando una serie de breaks y cambios que nos recuerdan al coloso que firmó maravillas como Blood Sugar Sex Magik o One Hot Minute con los Red Hot Chili Peppers; el trabajo de Glenn como bajista tampoco merece desperdicio: la alternancia entre líneas lentas y rápidas de bajo en los temas referidos, como sucede con  la sensacional «You Got Soul», donde funde la música de Purple de mediados de los sesenta con esos posos de Aretha Franklin en las melodías vocales, contrasta con la bella acústica de «This House»: cálida y sensual, y la sección de cuerda, acolchada, de la mano de la orquestación, miman y acarician el tema, sirviendo de puente perfecto para canciones más genéricas como «Black Light», «Nights In White Satin» -participación estelar de John Frusciante a las seis cuerdas, «Too High» o «The Divine», cortes que si bien no suponen un cambio notorio respecto a las anteriores, mantiene el muy buen nivel de un álbum destacable pudiendo no satisfacer a los fanáticos del hard rock más puro, pero sí a los que valoramos enormemente la faceta menos hard y melódica de una de las grandes voces que ha dado esta música. Inconstante como muchos genios, pero cuando afina, sólo queda rendirse ante él. Un notable alto para Music For The Divine. Bien por el maestro.

GLENN HUGHES – Music For The Divine: el renacer de Glenn

by: Alex Palahniuk

by: Alex Palahniuk

Veinticuatro años. Estudiante de Derecho, amante de la música, la literatura, el ensayo y apasionado de la escritura.

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