Prince, el genio de Minneapolis, ha muerto y ahora nace su leyenda. Prince fue siempre un artista incontrolable, caprichoso y egocéntrico en extremo. Pero es hasta cierto punto comprensible. Haciendo canciones tan geniales como las suyas y habiendo recibido el éxito tan joven es normal que los pies se levanten del suelo y no vuelvan a bajar ya nunca. Ha sido un artista único cuya errática e irregular carrera nos ha dejado discos y canciones memorables. Los ochenta fueron su mejor época. Como dijo David Bowie: «Los ochenta pertenecen a Prince». Discos como 1999, Purple rain (una obra maestra del rock), Sing O’ the times (otra obra maestra totalmente distinta a la anterior) o Lovesexy (por nombrar algunos) son auténticas joyas intemporales que ya está tardando en escuchar si no los conoces. Prince era provocador y extrovertido en el escenario a la vez que extremadamente tímido fuera de él. Una más de sus múltiples contradicciones. Alternado letras abiertamente sexuales con una peculiar espiritualidad Prince sacudía los cimientos de la América bien pensante de la época Reagan. Sólo Prince era capaz de posar en una ducha en tanga y con un crucifijo en la pared en 1981, cuando Madonna no era nadie todavía.
Prince, nacido Prince Rogers Nelson en 1958, el mismo año de Michael Jackson y Madonna, formó parte de esa nueva generación de músicos de color que acercaron la música negra al público blanco. Fueron el recambio generacional a Stevie Wonder, Miles Davis, Curtis Mayfield, James Brown, Sly and the Family Stone o George Clinton. A todos ellos veneraba y de todos ellos bebió para crear su particular estilo propio. Puede que Prince fuera el más completo de todos los artistas de color. No inventó el funk (privilegio que le corresponde a George Clinton) pero lo elevó a un nivel de popularidad insospechado. No se movía ni dirigía a su banda en directo tan bien como James Brown, ni tocaba la guitarra tan bien como Jimi Hendrix, pero nadie como él reunía todas esas capacidades en una persona. Además Prince derribó los límites de la música negra y los fundió con el pop. Su música no conocía fronteras y era capaz de saltar de un estilo a otro en segundos. Algo que desconcertaba a buena parte del público, era imposible saber cual sería su próximo paso. Al mismo tiempo componía para multitud de artistas de todo tipo pero casi siempre mujeres (Stevie Nicks, Joe cocker, The Bangles, Madonna, The Time, Nona Gaye, Martika, Patti LaBelle, Chaka Khan, Mavis Staples, Janelle Monáe, etc) así como creó grupos fantasma para sus protegidas (Vanity 6, The family, 3rdEyeGirl). También han sido múltiples las versiones que de sus temas han hecho otros artistas, quizás las más célebres sean el Nothing compares 2 U de Sinéad O’connor, How come you don’t call me de Alicia Keys y el Kiss de Tom Jones and the Art of Noise,
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Espectacular documento de 1983: durante un concierto, James Brown invita a subir al escenario a Michael Jackson y Prince. Cualquier cosa podía pasar, y vaya si pasó.
Prince jugó con su muerte como artista a principios de los años 90 en busca de su anhelada libertad creativa. La cosa no era más que una llamada de atención y una estrategia para presionar a su compañía de discos, la todopoderosa por entonces Warner, para que le firmara la carta de libertad. Mientras estuvo en Warner las tensiones fueron continuas hasta que se hicieron insoportables. Prince se empañaba en lanzar un disco cada pocos meses y siempre variando de estilo. Warner quería controlar su carrera tal y como hacía Epic con Michael Jackson (el otro gran exponente de la música negra de los años 80). Pero Prince exigía tener el control total sobre su obra. Él componía, cantaba, tocaba casi todos los instrumentos y producía sus propios discos. Incluso en la portada del disco Come (1994) aparecían la fecha de nacimiento y muerte de Prince (1958-1993). En una de sus innumerables excentricidades y salidas de tono, se cambió el nombre a un símbolo impronunciable para volver luego a llamarse Prince una vez obtuvo su ansiada libertad. También llegó a pintarse en la cara la palabra Slave. Estaba claro que las reglas de la industria discográfica no iban con Prince. Quizás fuera un visionario y supo ver la muerte de las discográficas antes que nadie.
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Libre del contrato con Warner en 1996, Prince creó NPG Records a su imagen y semejanza y empezó a lanzar todo el material que le dio la gana. Es entonces cuando muchos le perdimos la pista. Su empeño de sacar disco cada pocos meses, a veces triples o quíntuples sobrepasó a sus seguidores. Parecía como si fuera incapaz de controlar su torrente creativo o no supiera discernir entre el material que realmente valía la pena y el que no. En algunos de sus últimos lanzamientos se alternaban lo mediocre con lo genial. Tomando el control absoluto de su carrera, montaba sus propios conciertos y promocionaba sus discos a su manera. Igual los regalaba con periódicos que te los vendía únicamente por su página web por un precio abusivo y con una distribución muy mejorable (algunos discos llevaban finalmente antes a las tiendas que a tu casa). Prince era un genio en lo musical pero un pésimo gestor de su carrera. Pero los genios son así, imprevisibles e infantiles muchas veces. Otro ejemplo: su lucha contra los servicios de streaming y youtube que le llevó a demandar a sus propios fans por colgar vídeos de sus canciones. Era como si fuera incapaz de ver que el futuro ya estaba aquí y que youtube es el mayor escaparate actualmente para cualquier artista y la mejor manera de darse a conocer entre los más jóvenes. Prince únicamente colgó en youtube un vídeo, una versión de Creep de Radiohead interpretada en el festival de Coachella de 2008. No sé si se puede considerar una excentricidad convertirse en testigo de Jehová en 2001, pero no deja de ser paradójico en un tipo tan abiertamente sexual. Lo cierto es que a partir de entonces las palabras malsonantes y la carga sexual de sus composiciones se redujeron drásticamente.
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Siempre nos quedarán sus maravillosos discos. Esperemos que Prince haya encontrado al fin su reino. Un reino que, todos lo sabíamos, no era de este mundo.
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