El Black Album marcaría un punto de inflexión en la carrera musical de Metallica, y sus dos discos consecutivos titulados “Load” (1996) y “Reload” (1997), de estilos idénticos entre sí, están totalmente dominados por un sonido que muchos antiguos seguidores consideraron como comercial y muy domesticado con letras más suaves, en un estilo más cercano al rock alternativo que triunfaba en aquella época. Quizás el cambio más chocante para sus fans fue el cambio de imagen bastante radical: se cortaron las melenas y cambiaron el fácilmente reconocible logotipo que identificaba a Metallica. El éxito de ambos álbumes fue casi tan contundente como el del Black Album, convirtiendo en fans de la banda a toda una nueva generación de adolescentes, al mismo tiempo que muchos de sus antiguos fans se veían en gran medida “traicionados” por la nueva dirección tomada por el grupo, lo que desde entonces lleva alimentando una gran polémica. Irónicamente, Bob Rock, productor del álbum más exitoso de la banda es también el productor de los dos álbumes más criticados de Metallica. Es esclarecedor el dato que en los Grammys entraron por primera vez en la categoría Heavy Rock en vez de Heavy Metal, como ocurría antes del mencionado “Load”. Ese mismo año la banda Finlandesa Apocalyptica debuto con su tributo a Metallica “Plays Metallica by Four Cellos”, que era básicamente un album con puros covers de Metallica tocados únicamente con Cellos.
Critíca del albúm por Robert Palmer (para la revista Rolling Stone):
Lo primero que uno nota sobre el nuevo álbum de Metallica es que suena genial. El disco previo de la banda, …And Justice for All, parecía un modelo de claridad y punch en el hard rock cuando fue lanzado en 1988. Pero tocado junto a Metallica, Justice suena casi finito; las texturas sónicas del nuevo disco y la profundidad acústica de campo son una revelación.
Pero Metallica no es simplemente un excelente trabajo de ingeniería. Sus detalles y dinámicas son esencialmente musicales en concepto, parte y parcela de los arreglos, las estructuras de las canciones y el impacto de los temas individuales. Los primeros acordes del tema que abre el disco, “Enter Sandman”, cuentan la historia. La canción comienza con el fade-in de un riff de guitarra cortajeado. Mientras el riff alcanza el volumen completo, acompañando la sección rítmica, una textura de guitarra completamente diferente que suena como de un instrumento pizzicateado de doce cuerdas, aparece debajo y detrás del riff principal. Todas estas sutilezas atraen al oyente, concentrando su atención. Cuando entra el baterista Lars Ulrich, el golpe de su primer parche parece saltar del disco a la mitad de la habitación. Cuando ya escuchaste medio minuto de Metallica, la musicalidad, los arreglos y la ingeniería están trabajando mano a mano para definir los parámetros de un espacio sónico que todo el disco declara como su campo de interacción.
En términos estilísticos, Metallica se trata de diversidad. Justice, y en menor medida el álbum de 1986 Master of Puppets, conectaban una canción a otra con temas relativos y estructuras de riffs; eran trabajos unificados, casi álbumes conceptuales de trash metal. Cada una de las doce canciones de Metallica se sostiene por sí misma. Las estructuras musicales multipartitos que llenaban las composiciones mucho más largas de Justice no han sido abandonadas, pero las formas han sido telescopiadas y tranformadas en canciones del rango de entre cuatro y seis minutos. Cuando un momento musical te llega y te atrapa, es una apuesta bastante segura saber que no vas a volver a escuchar ese pasaje salvo que vuelvas a poner el álbum.
Cuando una banda manda un título homónimo en su quinto álbum, algún tipo de redefinición está implicada. Y de hecho, Metallica está bien, bien lejos del momento recargado y la imaginería de calaveras del primer material creado con el guitarrista principal original Dave Mustaine (ahora general de Megadeth) y el último bajista y promotor de la banda Cliff Burton.
Muchas de las canciones de Metallica son directamente amables. “Enter Sandman”, posiblemente la primera canción de cuna del metal, le da un consejo al niño al que le canta: “Hush little baby, don´t say a word/And never mind that noise you heard/It´s just the beasts under your bed/In your closet, in your head.” [“Calla, bebito, no digas una palabra / y no te preocupes por ese ruido que oís / son sólo las bestias bajo tu cama / en tu placard, en tu cabeza”]. Pero las texturas delicadas texturas de la guitarra en capas y la inconfundible empatía de la voz de James Hetfield logran un afecto perdurable. “Nothing Else Matters” ni siquiera pretende ser ruda. Está lejos de ser una balada de lite metal de la MTV, pero las altas armonías vocales del estribillo, el delicado juego entre la guitarra acústica y la eléctrica entre Hetfield y Kirk Hammett y el modo en el que Ulrich hábilmente mezcla sus repiques de orquesta y sus cimbales dentro de las armonías de guitarra hacen que se convierta todo en una balada. Las letras de Hetfield ofrecen la clave para un giro más personal y directamente eocional del álbum cuando canta: “Never opened myself this way / Life is ours, we live it our way / All these words I don´t just say / And nothing else matters” [“Nunca me abrí de este modo / La vida es nuestra, la vivimos de nuestro modo / Todo esto no sólo lo digo / Y no importa nada más”].
Varias canciones de Metallica parecen destinadas a convertirse en clásicos del hard rock. “Wherever I May Roam” florece desde una apertura estilo cítara hacia un rock fuerte pero con un power chord lírico, con el bajo de Jason Newsted entonado con las guitarras para demostrar ese inconfundible sonido Metallica. Cuando Hetfield canta: “My body lie, but still I roam” [“Mi cuerpo descansa pero yo aún viajo”], se hace eco, tal vez inconcientemente, de una de las imagenes más indelebles del bluesman Robert Johnson. Estructuralmente variada pero conteniendo una melancolía trascendental y un estribillo melódico, la canción suena como un himno en proceso, pero un himno a escala humana. “The Unforgiven”, “My Friend of Misery” y “Sad but True” están en el mismo nivel de poder perdurable. Y Metallica no desestima a los head bangers, la constitución original del grupo. “Through the Never”, “Of Wolf and Man” y “The Struggle Within” son hard edge y duros de llevar, e incluso las canciones más bellas carecen de cualquier pizca de edulcorante para radio.
Metallica ya no es más lo más duro del metal, como lo era en un comienzo, pero la banda se está expandiendo musicalmente y expresivamente, dentro de sus propios términos. Esto sólo puede ser un paso positivo para un grupo que está efectivamente creando un puente entre el metal comercial y el trash mucho más duro de Slayer, Anthrax y Megadeth.
La única nota amarga de Metallica es “Don´t Tread on Me”, que parece inequívocamente jinglera. Tras la apasionada protesta contra la guerra y la injusticia social de …And Justice for All, “Tread” es un shock. Mensaje a los miembros de Metallica: revisen la lujosa campaña de relaciones públicas de Hill y Knowlton que vendió la Guerra del Golfo al criador de papas de los Estados Unidos. Hagan un poco de investigación en el juego de poder de la música que encuentra a los capos republicanos manejando la cosa entre altos funcionarios y ciertos ricos de las petroleras multinacionales. Vayan a pelear en una guerra ustedes mismos. Entonces sí sacudan la bandera y salten del lado de los moños amarillos, si aún quieren hacerlo. “Don´t Tread on Me” suena vacía musicalmente como en las letras, siendo el único tema malo en un álbum que, salvo por esto, es un ejemplo de madurez (pero todavía rebelde) del rock & roll.
Robert Palmer.
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